El Cristo de mis amigos...
Ha sido, para Granada, referente devocional desde que obrara su factura el insigne escultor José de Mora, con el que consiguió uno de los crucificados más imponentes que, hoy día, pasean por las calles de Andalucía cada Semana Santa. Para los granadinos, primero como de la Salvación o Expiración, siempre ha sido, también, aquel al que acudir cuando la vida se ponía brava, y asolaban calamidades sus casas y cosechas, dejando en sus manos todo lo que tenían con la certeza de que estaría a buen recaudo.
En mi casa, desde niño, sus estampas entre las páginas de cualquier libro, su nombre en los labios de mi madre casi para cualquier cosa, su imagen cada lunes en san José, cada Miércoles Santo en el traslado, cada besapiés cuaresmal, cada Madrugada en la Carrera del Darro, han dado cuenta de que este Cristo no es uno cualquiera, y eso no se escapaba ni siquiera a los ojos de un niño llevado de la mano de su madre, mucho menos al hombre que ahora escribe estas líneas, acordándose de tantas cosas, sólo con mirarle la cara.
Su cara...que no es fácil de mirar ya lo sabemos los que lo conocemos, ya que en ella vemos el sufrimiento que causamos con nuestras miserias. Nuestra vergüenza nos pinta la cara de rojo al darnos cuenta de que no somos nada sin Él, y lo somos todo por Él. Nuestro arrepentimiento surge de cualquier forma, con cualquier oración a media luz, o con la impresionante figura esperando nuestro beso, y puede que nuestra alma, mientras los foráneos, los que no saben de Él más que por la guía turística de turno o el programa de itinerarios, notan de pronto al mirarlo lo mismo que sintió el romano tras su muerte..."este Hombre era justo".
El Señor del Silencio, cada Madrugada de Jueves Santo mueve y conmueve, da igual dónde te asalte su imagen, dónde escuches el ronco tambor que algún hermano antiguo azota en la cabecera de la procesión, dónde la cera sea la única luz que ves, dónde el silencio te atormente y te haga callar, dónde Él te haga bajar la cabeza por no poder aguantarle la mirada...da igual, donde sea, te conviertes; donde sea comprendes que no queda ni un atisbo de pecado si sus manos clavadas deciden perdonarte; donde sea te rindes a la evidencia a la que antes se rindieron tus ancestros...Él es el Señor, sin apellidos.
Con el paso de los años he ido comprendiendo estas cosas, y puede que por eso yo mismo sea silencio, aunque no del Silencio. Puede que por eso mi hermandad tuviera que ser de negro, y mi forma de hablar con Él el racheo del esparto contra el suelo. Puede que por eso, para mí, todos los silencios sean uno, de Lunes a Jueves, de albores a madrugadas...
Hace ya muchos años, no obstante, que no acudo a su llamada en la noche por excelencia de Granada. Pero sigo viéndolo; sigo sintiendo el frío en la ciudad cuando él sale, sigo escuchando el vacío de las voces quedas a su paso, sigo pensando en mis pecados y en su bendición, en mi pequeñez y su grandeza porque, a pesar de no ir yo a verlo, Él me busca a través de otras calles, otras palabras, otras vivencias. Él me busca a través de todos los que hablan de Él cerca de mí, y está con nosotros cada vez que esto pasa, no sólo porque sea el Cristo de Granada, o de mi madre, sino porque desde hace algún tiempo, es también el Cristo de mis amigos.
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