Ventana de cofradía...


Están ahí. Lo sabemos porque, al entrar en el templo las vemos desde abajo, calladas y ocultas entre los balcones del coro, como invitando a subir hasta ellas para descubrir qué habitación es la que las contiene, o qué se ve desde ellas.

Muchas pasan desapercibidas en ese bullir de gente que acude a misa, atiende y se va, o entre los que acceden a la iglesia por ver el patrimonio que nos saluda desde sus altos muros o rezarle a la imagen que nos llama desde el altar o su hornacina. 

He jugado muchas veces, en el sinfín de Iglesias que he visitado, a intentar imaginar lo que esconden estas ventanas, diminutas las más veces, tras su madera ajada, tras los pequeños visillos que incitan e invitan a saber más de ellas. A veces, sólo me quedo ahí, a veces, tengo la suerte de poder asomarme y quedarme un rato mirando, a través del viejo cristal, el secreto que se descubre al otro lado, como la pequeña celosía del convento de las comendadoras que nos deja ver tras las rejas la bellísima Virgen de la Amargura sobre su paso de palio, o la que, desde la sacristía de Santa Ana, ha sido mirador de Martes Santo hacia el Señor del Via Crucis. Hoy os muestro ésta, cuyo emplazamiento sigo ocultando, para que veáis al imponente crucificado de la Expiración a través de una de esas ventanas de cofradía...

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