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Algunas tardes, después de comer, cuando toda la cocina está recogida y su marido e hijos, que hoy venían a comer, descansan en la sobremesa, ella coge su chaqueta y su bolso y se va a casa de una amiga, en donde ya la esperan aquellas que, una vez por semana, despachan en la cafetería sobre el país, los hijos, la economía, los hijos, la casa, los hijos y, luego, los hijos, aunque en lugar de hacerlo en la cafetería, hoy será en otro sitio...

En estas tardes cada una tiene su labor más que adjudicada, así que cada una sabe exactamente lo que tiene que hacer, cuando se dicta el zafarrancho de combate. Se coloca presta el delantal y va preparando la harina que luego se habrá de mezclar, medida justa y precisa, con el aceite que previamente ha sido calentado echándole una cáscara de limón. Con las manos llenas, le comenta a sus amigas que su marido hoy no ha ido a la plaza como acostumbra porque anda un poco resfriado, mientras la otra le cuenta las graciejas que ya va haciendo su nieta pequeña.

Una de ellas trae el vino blanco y empiezan a amasar la mezcla que resulta de la harina, el aceite y el vino, hasta ese momento, que sólo ellas saben, en el que se desprenderá del recipiente que lo contiene, obteniéndose una masa fina que tantas veces han preparado. Entre las risas causadas por las ocurrencias de una y las historias de la otra, va pasando la tarde a ritmo de mesa y rodillo hasta que la masa tenga el grosor adecuado, "pásame el cuchillo para cortarla", "cuidado no me vayas a saltar un ojo", le van doblando los trozos de masa resultante y se va repitiendo el proceso, copla va, chiste viene, mientras el aceite se va calentando de nuevo.

Una echa la masa en la sartén, que se ha enfriado lo justo, mientras se va sucediendo el proceso acumulándose en la mesa un montón considerable que luego repartirán. 

Cuando todo termina, una cafetera en el fuego acaba de terminar de preparar el café, y el sonido de las tazas unido al de las cucharas moviéndolo rítmicamente, cada una de su forma, forman un concierto anual en el que las amigas se juntan para tomarlo, echar un rato de cocina, de amistad, de tradición, y llenar después el buche de sus familias respectivas que llevan un año esperando. 

Se podrían comprar, pero carecerían de encanto, de cariño, de historia...se llaman pestiños, algunos lugares andaluces los conocen como borrachuelos, pero se llamen como se llamen, su madre y sus amigas contribuyen cada año a darle, delantal, charla, harina y amistad, el sabor indiscutible a nuestra Semana Santa...

     
Fuente fotografía: recetasderechupete.com

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