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Érase una vez un niño que no podía ir a ver las cofradías. Sus padre trabajaban hasta tarde y sus abuelos, aunque jóvenes todavía, bastante tenían los pobres con cuidar de él y sus hermanos mientras sus progenitores desconciliaban la vida familiar, laboral y personal.
La radio, que era lo único que por aquel entonces se podía usar para saber de cofradías, carente la época aún de cadenas de televisión retransmitiendo salidas, encierros y demás y, mucho menos, de YouTube o streaming, le iba relatando al niño los recorridos de las hermandades que, en ese día, hacían estación de penitencia hacia las puertas, todavía cerradas, de la Santa Iglesia Catedral Metropolitana, ya que la época también carecía de llaves que las abrieran. Así se iban pasando las horas, él pegado a la radio, "qué pesado es este niño con las procesiones", (que lo de las cofradías es igual de reciente que el streaming), y sus hermanos corriendo de un lado a otro de la casa de sus abuelos.
Llegado el momento, ya duchados y cenados, sus padres venían a recogerlos para llevárselos a casa y dormir todos juntos. Pero al niño le esperaba una pequeña sorpresa. Mientras su madre se quedaba con sus hermanos, más pequeños, en casa, su padre, cansado del trabajo, sin poderse duchar ni haber cenado, cogía un paquete de galletas y se llevaba al niño a ver el encierro de la hermandad que se recogiera más tarde, y él se quedaba embobado mirando los nazarenos, los pasos y, sobre todo, la Virgen. Siempre la Virgen, esbozándose ya su carácter mariano en lo que a pasos se refiere. ¡Qué bonita iba!, y el niño se iba a casa habiéndose comido sus galletas en aquella plaza viendo encerrarse la hermandad, con la imagen del palio entrando, de la fachada de la iglesia, y resonando en su mente los acordes de la banda.
El niño fue creciendo, sus gustos en cuanto a hermandades, o las circunstancias, lo llevaron a otra cofradías, a otros pasos, pero sigue guardando un cariño especial para esa Virgen que viera recogerse, hace tantos años. Ella sigue igual de bonita, y él tiene la suerte de seguir yendo con su padre pero, cuando la vida deshaga lo que tiene que deshacer, y ese niño, ya hombre, lleve a sus hijos a verla, lo más bonito será que junto a ellos, su padre seguirá en esa plaza, en su recogida, después del trabajo y ofreciéndole un paquete de galletas...El niño hecho hombre le dará las gracias a ambos, él y Ella, por haber vivido juntos ese momento especial, de recogida, cuando era un niño que no podía ir a ver las cofradías...
Fuente fotografía: #igersevilla
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