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Colocado en su lugar va observando, oscuridad, silencio, noche, el protocolo de los hermanos asistiendo a los nazarenos para apagar el cirio, colocarlo, o retirarle la insignia que ha portado durante todo el recorrido.
Él mismo ya ha recibido esa ayuda desinteresada del que hace la estación de penitencia al servicio de la hermandad y de sus hermanos, auxiliándolos en todo aquello que puedan precisar todo el tiempo que dure aquella. Ya ha visto cómo sus costaleros recogen al Cristo en su capilla y la hermosa maniobra que despliegan para ello, dejándolo después en el centro de la iglesia a la espera de su Madre.
Desde ese momento, su atención pasa a centrarse en la talla, en los detalles de la policromía, en cómo se ancla a la cruz, en su cabellera recogida atrás, en el nimbo y en la corona de espinas, en la boca entreabierta, las heridas de las manos y la llaga por la que podríamos caber todos nosotros, sólo porque nuestros actos la hacen más grande y más profunda.
Se ensimisma en sus pensamientos acerca de lo que ha venido a hacer hoy, jugueteando con la medalla mientras los nazarenos siguen entrando, tiniebla al cuadril, en un constante discurrir ceremonioso.
Una luz amarilla se centra en el rostro de Cristo, silueteando su barba en el pecho hundido, y su cabeza cede finalmente rindiéndose a lo escrito. Verdaderamente este Hombre era justo, verdaderamente eterno, verdaderamente verdadero...
Los aldabonazos retumban como si se estuvieran dando dentro del templo, la "levantá" duele como si la estuviera realizando él, los varales reproducen la música de este día, en esta zona de la ciudad, y el incienso se mete en nuestras vidas, dejando los ciriales luminosa constancia de que a la jornada poco le queda, cuando asoma el paso de palio por la calle quedando enmarcado por la puerta...otra maniobra, no menos difícil ni hermosa, nos permite ver cómo se acerca, lentamente, hasta quedar frente a frente a su Hijo, en el rito sagrado de cada año que sus costaleros hacen posible, y la puerta del templo se cierra, como epílogo testimonial del "Consumatun est", mismo día, misma hora, a la manera del barrio.
Cuando, cada año, la oscuridad del templo desaparece al ocupar la Virgen toda la puerta, siendo todo ascua de luces y el único lugar para dirigir la mirada es su cara resplandeciendo sobre la candelería y flanqueada por María Magdalena y san Juan, comprende que sólo quiere estar ahí, en ese momento, viviendo lo que sólo puede vivir el que espera a su Virgen desde un lateral de la iglesia, capillo, túnica y medalla, desde dentro...
Fuente fotografía: escofrade.es
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