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A todos nos llega...
Esa vieja amiga, casi hermana, vive con nosotros las veinticuatro horas de cada día, los trescientos y pico de cada año de nuestra vida, pero nosotros, ¡faltaría más!, no le echamos cuentas. De pronto, una tarde de quinario el sacerdote te recuerda que debes vivir en paz con Dios todos los días, porque cualquiera de ellos puede ser el último; como decía el comparsista: "ama con todas tus ganas, que lo mismo es mañana...", y te reclama una noche para que salgáis juntos a dar una vuelta.
Pasa, cada día pasa, no importa si la estabas esperando desde tiempo, haciéndote a la idea, o si ha sido un fogonazo que te arranca las raíces de cuajo sin tiempo para el último beso, la última sonrisa, el último "te quiero"...
A los cofrades, humanos, les pasa también. A veces el mismo día de la salida procesional, a veces preparándola, y la duda moral acerca del amor, el cariño y la fidelidad, te asalta mientras ves la silla con el "altar" preparado para entregarte de nuevo. A veces te vas a sacar a tu Cristo y en una "revirá" suena el teléfono, teniendo que enrollar el trapo y salir corriendo respondiendo al interlocutor un escueto: "no hace falta que digas nada", ya que nunca te llama cuando vas debajo, antes al contrario, siempre llamas tú.
A veces, el último relevo de una persona querida te llega antes, y te despides de ella llevándole una promesa con el cirio, el costal, la túnica, o ella misma es la que te dice que allí no haces nada, junto a una cama, cuando vas a ser más útil hablando con Ellos durante la estación, sólo porque sabe que lo necesitas y tú, lágrimas y nudo en la garganta, sabes que le hace feliz verte marchar al encuentro con la esencia de la ciudad, y de la fe.
A veces surgen las "levantás" dedicadas, se produce un revuelo interior que te hace prepararte a la soledad que encontrarás mañana en ese sillón, ya que hoy vas con él, con ella, porque siempre te acompañan los tuyos cuando Cristo sale a la calle.
Otras veces, te ves vestido de costalero en una fría sala de tanatorio, a esa hora en qué sabes que Él ya se ha encerrado, y mirando la nada sumido en tus pensamientos, en tus recuerdos, ves entrar, uno a uno, a los miembros de tu cuadrilla, capataz al frente, ejército de amigos verdaderos, que vienen a rendir homenaje de fe al que se va, y apoyo incondicional, abrazo silenciosos, al que se estrena en la ausencia.
A veces, las flores del paso que ha llevado su Virgen, la tuya, por las calles de la ciudad, se ponen en el bolsillo de la chaqueta porque, como aquí no tenemos Caronte, ni barca, ni moneda, el precio por verle la cara al Señor, por hablar de tú a Tú con la Virgen es, simplemente, devolverle sus flores al entrar en su Reino. Humilde gesto, vida eterna...
Fuente fotografía: sevillasecreta.com
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