22...
Ocurrió en una cofradía, podría haber sido una de tantas de las que recorren las calles andaluzas en esos días en los que todo se vuelve azul claro de cielo cofrade, pero fue en la suya. El palio, esplendido de flor y cera, caminaba por la angosta calle besando las paredes e iluminando la noche, ya cerrada, su candelería encendida, mientras la gente contenía la respiración para que nada pudiese enturbiar el momento, la íntima conexión entre María, Madre de Dios y de los hombres, y su pueblo, en esa callejuela en la que, al venir de recogía, intuyendo el templo y pisando el solar del barrio, las madres acercan a sus hijos al paso para estos puedan saludar a sus padres, dándole en ese saludo la fuerza que espolee el corazón, reponiendo sus fuerzas con la música celestial que siempre es la voz de un hijo.
El palio avanzaba lentamente, adaptándose las caídas a los varales en esa danza marcada por el ritmo de la música y el paso costalero y la Virgen, cansada ya por las horas, empezaba a dejar en su cuadrilla atisbos de fatiga. Él, costal ceñido al palo y en ese lugar del paso en que la calle convierte cada chicotá en duelo a muerte, apretaba los dientes mientras escuchaba las voces del capataz, los "oles" de sus compañeros y los aplausos de la gente, aliñado todo ello con la sal de la banda tocando acordes que desatan la emoción. A pesar de tanta algarabía, y por esas cosas de la vida que te hacen distinguir de entre todas las voces sólo la de la persona amada, él oyó la de su hija...la palabra "papi" retumbó bajo el palio tras la arriá del mismo, y su manecilla fue a coger el faldón para levantarlo y así poder ver a su padre. No la dejaron...una voz tan desproporcionada como desagradable hizo que una mano la apartase y la niña, sin entender absolutamente nada, corriese despavorida hacia los brazos de su madre. Él tampoco entendió nada, y siguió apretando los dientes, esta vez por dos motivos, mientras la escuchaba llorar alejándose poco a poco.
El motivo, claro y contundente, le fue aclarado después: la mano de la niña podía haber dañado el faldón recién bordado. La respuesta del padre también fue contundente..."dejad que los niños se acerquen a mí".
Fuente fotografía: semanasantaenjerez.com
Comentarios
Publicar un comentario