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Hay muchos, pero todos son diferentes. A cada uno le da por una cosa; ir en un sitio u otro, hablar mucho o no hablar nada, sonreír siempre, pero todos están ahí y nosotros sabemos quiénes son. Los tildamos de pesados sólo porque cuando comprueban que nos conocen, aunque no sepan exactamente de qué, se acercan a nosotros y nos bombardean con infinidad de preguntas que no acertamos a contestar, si es que les hemos permitido hacérnoslas, y no hemos hecho "mutis por el foro" evitando mirarlos, no vaya a ser que nos paren y nos hagan perder el tiempo.
Su bondad, su desmesurada bondad, o su ingenuidad, según se mire, ya que son prácticamente niños, les hace aceptar nuestro desplante sin inmutarse, sin rechistar, encajando el golpe con el empaque de un avezado púgil, marchándose por donde ha venido con su sonrisa, siempre esa sonrisa, cargado de carteles, folletos y estampitas de lo que más le gusta en el mundo, la Semana Santa.
Nosotros, a veces, asentados en nuestro olvidadizo egoísmo, huimos de ellos, nos atrevemos a reírnos sólo porque ya los hemos catalogado, colgándoles un desmesurado san Benito y no llegando a conocerlos, en nuestra certeza de que somos mejores, o simplemente porque no queremos aguantar más allá de un "hola" lo que tengan que decirnos.
Así somos, así son, sin embargo ellos, riéndose felices delante de una banda, preguntándole a todo el que entiendan que puede tener un cargo dónde se colocan los músicos para que éstos le den un pin, y marchar luego delante de ellos, sin maldad, y felices, inmensamente felices, cómo lo será su madre al verlo así, quizás sólo esa vez al año.
No lo entendemos, no acertamos a comprender que en un "tú de qué cofradía eres" hay un respeto tan grande, una confianza tan grande y un cariño tan grande que, además, ellos nos otorgan sin merecerlo, sólo porque nos han visto en este mundo de las cofradías, y nosotros lo despreciamos.
Luego, claro, los ves en los sitios trascendentales, donde un palio salva la puerta justa, al lado del paso, casi hablándole a los costaleros, junto a nuestras imágenes titulares, a las que respetan y quieren a veces más que nosotros mismos, en cualquiera de sus días grandes porque ellos lo saben todo, lo controlan todo, lo aprecian todo. Al pasar la hermandad, todavía nos sorprende verlos ahí, mientras ellos, siempre con su sonrisa bonachona y altruista, sincera y desinteresada, nos siguen mirando y parece que, al hacerlo, en lugar de "¿tú de que cofradía eres?" o "¿dónde se pone la banda?, parece que nos dicen: "¿quién es el tonto ahora?"...
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