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La niña, con su desparpajo natural innato en todas las mujeres, ya se había dado cuenta de que, sentado en el lateral de la iglesia, un hombre estaba llorando, aunque ella no llegaba a entenderlo ya que, desde que tenía uso de razón, había creído que los hombres pueden con todo, como su papi, y que eso no le podía ocurrir a ellos.

"Un hombre puede llorar", era precisamente la letra de una canción de un grupo de rock español que ella, por supuesto, no conocía, y era lo que le estaba explicando su madre, ajena a los motivos que se cernían sobre él como aves de presa y que lo habían llevado, desde hacía ya un buen rato, a no poder contener las lágrimas.

El hombre en cuestión, era uno cualquiera, no pudiéndose catalogar en un tipo concreto, y podría ser uno de tantos en cualquier momento de la vida. Éste, en particular, lloraba su soledad, no buscada, que le sobrevino una mañana al salir de la ducha, cuando su esposa, nuevamente enamorada, le había comunicado que ya no podía seguir con él, dejándolo en esa situación en la que se encuentran hoy día, ya que esto no entiende de géneros, tantos hombres y mujeres.

Desde entonces, su casa pasó a ser la casa en la que vivía su hija, y por eso su madre la habitaba también, con la pareja, mientras él, por ser la casa de su hija, seguía pagando la hipoteca, entre otras cosas que a ella le atañían. Desde entonces, pasó a verla sólo una tarde entre semana y uno de cada dos fines de semana, ya que tuvo que renunciar a la custodia compartida por encontrarse trabajando fuera. Desde entonces, la llama cada noche para darle su beso, en la distancia, y leerle un cuento, que eso no ha cambiado y lo espera como el mejor momento del día, justa recompensa a la desidia de cada jornada, y cada vez que cuelga el teléfono una puya se hunde en su corazón. Desde entonces, valora cada juego, cada historia, cada apretón de mano, cada abrazo y cada lágrima, y siente no poder estar en sus pesadillas para besar su frente y calmarla, como siente que se pasan los días y ella crece lejos de él. 

Los hombres pueden llorar...él piensa, junto al altar donde le mira su Virgen, en el día de su boda, en el bautizo de su hija, y cada año vuelve a sentarse en el mismo banco, que debe estar desgastado de soportar su peso, y se emociona al darle las gracias a Ella por tenerla aunque no pueda verla todos los días, porque ella tiene a su madre que la quiere, a él que la adora, aunque algunas veces, como hoy, llegue la Candelaria y no pueda llevarla a verla...




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