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"El que es costalero, lo es para toda la vida". Eso, al menos, es lo que dice un buen amigo que, después de años de inactividad costalera mor de una lesión de espalda, ha vuelto, ya recuperado, a darlo todo bajo los pasos, y algo más, ya que la vuelta ha sido sacando pasos que no sacaba antes de la lesión, además del que sí sacaba.
Él no sabe si eso es así, pero debe serlo, ya que el que ha sido costalero en activo, cuando ya no lo es, sigue viendo los pasos de esa forma en que lo hacen los que han pasado momentos de todas clases bajo ellos.
Él, cuando ve venir un paso, se fija en si el costero va hundido por la calle, o lleva así más de una; se fija en la fuerza de las levantás, en la dulzura con la que el patero tira del zanco, o en el esfuerzo que hace para mover, sin que se note, el misterio al entrar en una calle. Se fija si el aguador es rápido, si el agua lleva algo de anís, si la "chicotá" se acaba peleando la "arriá" o si se tira el paso; se fija en los relevos, en las ropas, y aunque desde algunos sectores su mirada se interprete como una crítica, es justo todo lo contrario.
A él, como a otros viejos costaleros, le gusta ir alrededor del paso empapándose de órdenes, de voces, de ánimos, de si la calle es dura, del silencio que se hace en una "revirá" difícil y del grito que se hace después cuando se rompe de frente y todo es aplauso del público que, en ocasiones, al mirar sólo la imagen, se ha perdido que el zanco estaba subido en un escalón durante la maniobra, que la delantera estaba aguantando porque la calle venía en cuesta, o que la trasera, dominando el paso, mueve al resto de costaleros para que empiece a andar.
Él no sabe si será costalero toda la vida, no sabe siquiera si aun lo es, dado el creciente número de gente joven que se está incorporando a los pasos, pero sí sabe que, al tomar la túnica una vez que se deja de estar en activo, es cuando se es más costalero, porque esa "chicotá" es de la más duras que se van a vivir. Lo sabe bien, no en vano va con cruz detrás de su Cristo, ése al que ha paseado durante veinte años y, todavía, cuando el capataz dice "pararse ahí", él se para, esperando el martillazo en la delantera que lo lleve a arriar el paso. Claro está, cuando lo hace, el hermano que va justo detrás de él tiene que esforzarse en no tropezar ya que, obviamente, ellos no tienen por qué pararse todavía.
Quizá, después de todo, sí que siga siendo costalero, toda la vida...
Fuente fotografía: Sevilla Seceta
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