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Él no lo recuerda, pero se lo han contado. Con cuatro meses sus padres le hicieron hermano de su hermandad, una mañana de Marzo en que los árboles se estaban empezando a vestir de primavera, un día de Quinario cualquiera a su Cristo.

Desde muy pequeño, pues, empezó a acudir a las citas ineludibles que sus padres tenían con las hermandades, aunque no tiene imágenes, si bien difusas, hasta pasados unos años. Se ve jugando con sus primos entre los quioscos de una plaza desaparecida hoy para el recorrido oficial, mientras los penitentes (que así llamaba él de chico a los nazarenos) desfilaban solemnes ante su infantil indiferencia. Sólo prestaba atención cuando sonaban cerca los tambores y, entonces sí, corría hacia sus padres para que le cogieran en brazos y así ver aquellas primeras procesiones, seleccionadas a gusto de las devociones materno-patriarcales, cómodamente sentado en esa silla de la carrera oficial que siempre son los hombros o los brazos de nuestros progenitores...

Era preciosa...a sus ojos de adolescente que se asoma por vez primera al balcón de los ojos de una mujer, su cara era perfecta, y más aún lo era el hoyuelo que aparecía junto a la comisura de los labios cuando sonreía, que era casi por cualquier cosa. Su pelo suelto, o recogido con una coleta, las pecas graciosamente dispuestas sobre sus mejillas y su esbelto cuerpo de niña que empezaba a dejar de serlo, floreciendo, igual que las flores, por primavera.

Recuerda sus nervios, su tartamudeo cada vez que ella le dirigía la palabra, sus invenciones por tener una excusa para estar a su lado, igual que su sonrisa, casi por cualquier cosa. Sorprenderla mirándolo, sorprenderse mirándola, y su cara de pilla frente al rubor de la suya, esos hoyuelos...

Una tarde de Abril, pantalón crema y chaqueta azul, gomina y corbata, iba con sus amigos, espinillas y colonia de padre, voz cambiante incontrolable, al encuentro de la ciudad desbordada, rendida a la explosión de sentidos que siempre es la Semana Santa, cuando la vio, vaqueros y camisa blanca, náuticos y jersey rojo echado en los hombros, sentada en un escalón, dándole con su presencia categoría al desvencijado edificio, esperando a sus amigas. Nunca supieron si llegaron, ni el volvió con sus amigos en toda la tarde, que se sucedió llevándola por los callejones donde Cristo se asoma para morir, las plazas donde María se vuelve sobre sus pies para que nos despidamos de Ella antes de recogerse, lugares donde se relevan las cuadrillas, templos donde se toca el Cielo, sin despegar los pies del suelo. La tarde expiraba, nubes de incienso, nazarenos, Coca-Cola y helado, juntando sus cuerpos cuando el paso no cabía, percibir el olor de su pelo, observarla mientras en sus ojos brillaba la ilusión, ver irse de largo el palio y salir a otra calle corriendo para ver otra hermandad, llevándola de la mano...

Ese día, viéndola sonreír, comprendió las palabras que le había leído alguna vez a aquel magnífico pregonero: "la Semana Santa se aprende en brazos primero, de la mano después"... 


Fuente fotografía: www.hoy.es


  

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