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Era feliz. Tenía motivos para serlo, claro. Un buen puesto de trabajo, un jefe que lo hacía sentir importante dentro de la empresa. Una empresa en la que los hombres y mujeres convivían y trabajaban con los mismos sueldos y en las mismas condiciones. Tenía unos padres que lo adoraban y unos hermanos que siempre estaban para él, lo mismo que él estaba para ellos, siempre. Su matrimonio era el que siempre había soñado, se enamoró de una mujer maravillosa, tuvo la boda que ambos proyectaron, y fruto de ese matrimonio habían nacido unos hijos sanos y fuertes, cuya inteligencia rozaba la perfección. Vivían en una casa hecha a su gusto en la ciudad que los vio nacer, y pasaba los días yendo con sus amigos recordando viejos tiempos, o pasándolos en la casa de la playa cuando era fiesta o fin de semana. Todo a su alrededor fluía con el caudal constante que él siempre había imaginado.
Luego todo cambió...un revés de la vida le hizo perder el trabajo y, a partir de ahí, como si de un frágil castillo de naipes al que se le quita la base se tratase, todo se fue desmoronando. Sus "amigos" dejaron de serlo cuando el dinero faltó a sus citas y no podía seguir el ritmo de vida que estos continuaban llevando. La decadente economía hizo que su amor se fuera por la ventana una tarde en la que, a pesar de los esfuerzos por mantenerlo, el barco de su matrimonio hizo aguas tras ser alcanzado en la misma línea de flotación, y que no recuerda bien cómo se fue permitiendo. De su casa se tuvo que ir en cuanto las facturas se fueron acumulando en el vacíabolsillos de la entrada, y a los niños les hicieron creer que habían perdido la inteligencia los responsables del colegio que dejaron de hablarles casi al mismo tiempo que dejaron de recibir las donaciones de sus padres.
Entró en una fase oscura de su vida, en la que todo dejó de importarle, y empezó a pensar en estupideces de las que le disuadieron los únicos amigos que quedaron tras el naufragio, que a la postre eran los únicos amigos, a secas. Ésos que no le querían por las cervezas que pagaba, que le demostraron que la vida no es cuánto abulta tu cartera, sino tu corazón. Sus padres y hermanos, siempre de frente en la vida, estuvieron ahí para ayudarle a criar a sus hijos cuando él se iba a trabajar, por lo que él empezó, con más frecuencia que antes, y puede que también con más insistencia, a darle gracias a Dios, pero a Ése que tiene domicilio en su barrio, y las cartas las recibe en su mismo código postal.
El Dios de la parroquia, cada vez que pasaba por su puerta, lo llamaba desde dentro y tenía que pararse a hablar con Él, y con su Madre, y así se fue rodeando, jornada tras jornada, de nueva gente con la empezar otra vez, cultos, ensayos, montajes y salidas...
Hoy, vuelve a ser feliz. Ha aprendido la lección del balancín de la vida (lo que hoy está arriba mañana puede estar abajo), y vive tranquilo en su barrio de siempre, en un piso que da a la puerta de la iglesia, con su cerveza de los domingos después de misa, o los miércoles de liga de campeones; recogiendo a sus hijos del colegio y llevándolos a comer pizza, yendo a ver a sus padres y hermanos cada vez que puede, pero, sobre todo, porque ha comprendido que para sacarle el jugo a la vida hay que ir como en los pasos, empujando pa´rriba y andando de frente, como le demuestran cada año los costaleros del mejor Vecino del barrio. Él lo ve, ve a sus hermanos acompañándolo en la salida procesional y piensa que para apreciar la vida, hay que hacer como ellos, llevar el cirio, la túnica, el paso, como si fuera la última vez...
Fuente fotografía: diario de sevilla
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