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En todos los recorridos hay puntos clave. Esto lo saben los que van debajo y la gente de la ciudad que se apresura a recorrer las calles para estar pronto en esos sitios y no perderse detalle del discurrir de la hermandad por ellos.

Uno de estos puntos es el convento sede de su hermandad. Por allí suben y bajan las cofradías recibiéndolas la suya con su junta de gobierno en la puerta y sus titulares en el altar mayor, por lo que, las que pasan, vuelven los pasos hacia el templo y saludan al Señor de camino a casa o en pos de la carrera oficial.

Él ya vivió ese momento una vez, cuando era costalero de esa otra hermandad, la del barrio colindante (que, aun siendo muy próximas las calles que les dan forma, la distribución urbana los hace pertenecer a distintas collaciones), por lo que sabe muy bien, y de primera mano, lo que significa ese saludo para los hermanos que, en muchas ocasiones, forman parte de las dos corporaciones implicadas.

Las cosas de la Semana Santa no ocurren porque sí, y como dice el refrán: "Dios no se queda con nada de nadie", los hechos que no suceden en un determinado momento, pueden ser resueltos años más tarde, cuando menos se lo espere uno.

Cierto día, hace muchos años, se preparó en su otra hermandad, a la postre ya única en la que sigue de costalero en activo, un Vía-Lucis con la imagen de la Virgen, bautizándose con un nombre que recordar no quiere, y de infausto recuerdo. Este acto, con la Virgen en la calle, tenía previsto, como uno de los momentos álgidos en el recorrido, la entrada de la titular mariana en su efímero paso en el convento sede de su otra hermandad, ésa que le abre las puertas a las hermandades que suben y bajan pasando por delante de ella. Algunos costaleros, como él, lo eran también de los pasos de la hermandad que la recibiría a las puertas de la pequeña iglesia, por lo que el instante, cuando menos, prometía ser emotivo. Pero, en esto de las cofradías, como en todo en la vida, el hombre propone y Dios dispone, por lo que, mor a esa relación con la lluvia que la hermandad que nos ocupa tiene, aquélla no quiso perderse la salida de la Virgen, por lo que hubo de recogerse rápidamente sin que sus costaleros tuvieran oportunidad de llevarla en la calle.

Esto quedó así. Grabado a fuego ese puñalito, y esa espina de ir a ver al Señor, en el corazón de los que lo vivieron. Pero mire usted por dónde, los renglones torcidos de ése Señor, sus caminos inescrutables, y las ganas con las que Él se había quedado también de que lo saludase su Madre en las mismas puertas de su casa, tuvieron a bien disponerlo todo para que Ella pasara, en Semana Santa, por la calle donde Él vive y poder contemplar lo bonita que va cuando la llevan los suyos. Así que, al fin, pudieron sacarse esa espinita, y vivir plenamente lo que Dios tenía dispuesto para ellos, ese saludo imborrable ya, para sus mentes, de la Virgen a su Hijo, y del Hijo a la Madre.

La noche, la calle, Él y Ella frente a frente, costaleros hermanos de las dos hermandades y la rúbrica musical de esa séptima trabajadera que es la magnífica banda que la acompaña. Él lo vivió, y por eso lo cuenta, y puede asegurar por ello que lo vivido se aleja mucho, muchísimo, de lo imaginado..."Dios no se queda con nada de nadie"..."Padre, más cerca no te la puedo traer"...

    

Fuente fotografía: Alberto Ortega fotografía



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