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Por las calles, cuando pasea absorto en su móvil, en su música, en su correr continuo como pollo sin cabeza, del trabajo al colegio, del colegio a la casa, de la casa al trabajo, no llega a ser consciente de la de mensajes que le llegan desde los escaparates, de tantas veces como pasa por ellos y tan rápido como lo hace, que apenas si se fija en lo que han puesto hoy nuevo en las tiendas del barrio.
Es posible que en esos escaparates, antiguos escaparates de cristal y madera, que daban paso a una tienda de mostrador grande, envejecido por el uso, esté la esencia misma de la ciudad que le llama, agonizante, sucumbiendo ante la, cada vez más frecuente, compra veloz e impulsiva, de ensordecedora música, imberbes dependientes y "borreguismo", centros comerciales y locales sin alma.
Los viejos escaparates le hablaban antes desde los sentidos, cómo él recuerda ahora, que venían a la mente reclamados al cerrar los ojos, sólo con recordar lo que había en ellos, cuando los miraba, entonces sí, desde su poca altura de infante afortunado, independientemente de si eran herramientas, juguetes, zapatos o telas, siempre encontraba la tienda por los sentidos, sin más que dejarse guiar por ellos.
La vieja tienda de juguetes, con nombre de número o número por nombre, haciendo esquina en aquella plaza; aquella cafetería de puertas giratorias y acristaladas, donde olía como en ninguna otra y lo llevaba su padre a desayunar; aquella zapatería con una báscula en la entrada, 25 pesetas en moneda y muchos más juegos de niños en torno a ella; aquella farmacia de tarros de cerámica y madera noble, aquel bar de cubilete de arroz y croqueta que aún sigue pregonando su dueño entre los cimientos de la tienda de moda. Los sentidos...
Él se ve desayunando, o almorzando con su abuela, como ve también, aunque no lo conoció, a su abuelo vendiendo telas en un local, rótulo con nombre de hija de rey, en esa calle que hoy es carrera oficial, y por la que suben todas las hermandades y, al verse, no se encuentra, está perdido, rodeado de establecimientos sin solera entre los que sobrevive, resistiendo siempre al invasor, el pequeño bar de migas y arroz del callejón estrecho que ahora regentan los nietos del fundador, y ante cuyos vasos de cerveza se han firmado incontable contratos de la vida.
Hoy siente cómo los escaparates ya no conquistan, son una fábrica en serie reproduciendo los mismos modelos en las distintas provincias (cucha, el nombre del bar del callejón estrecho que ahora regentan los nietos del fundador), y que han borrado la historia que cada dueño, cada dependiente, le imprimían a su tienda con el carácter del escaparate, único y especial, que lo hacía diferenciarse del resto. Recuerda, por ejemplo, la tienda de caramelos a granel de la calle angosta, paraíso del azúcar, ajeno a caries infantiles, necesario para la diabetes del alma, como recuerda la primera vez en la que, al pasar por un local, le tiraba de la falda a su madre y ésta, una paciente y preciosa jovencita, se paraba junto a él, lo mismo que él se para hoy con su hija, para explicarle cómo a través de un escaparate, podemos ver venir, de frente, a la Semana Santa...
Fuente fotografía: Nazarenos de Caramelo (abc de Sevilla)
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