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Ha venido ha llenarse de emoción, pero no de una emoción cualquiera, ya que no todo emociona, sino con una emoción distinta y única, la suya...
Él se emociona cuando el primer rayo de sol anuncia en el cielo que ha llegado ese día. Se emociona cuando, vestido de nuevo, recorre la calle que desemboca en el templo y ve, de lejos, el bullir de gente que entra y sale de él. Se emociona cuando alguien le habla de Ella, cuando escucha a un padre decirle a su hijo: "mira, hijo mío, como Ella no hay otra; mírala que bonita viene". Se emociona al acariciar la medalla que cuelga de su cuello, preparado ya para ser herramienta cuando Ella marque la hora y el palio flote sobre él. Se emociona cuando las viejas casas le hablan con voces queridas que se perdieron en la noche de los tiempos, y cuando evoca, en el paso, al antiguo Nazareno que ya no lo preside, aunque ocupa un lugar idéntico en su corazón, como testimonio fiel de la historia que tiene su hermandad.
Se emociona cuando su cuadrilla recuerda tardes que se fueron y momentos vividos junto a Ella, cuando ve a sus priostes con las lágrimas en los ojos al levantarse el Señor después de salvar el dintel. Se emociona cuando echa la rodilla al suelo, cuando el último varal abandona la iglesia y la banda toca el himno de todos los españoles, mal que le pese a algunos.
Se emociona cuando ve los años que lleva a su servicio, las veces que le ayuda en sus intentos, con lo que vivió, vive y vivirá debajo de su paso, y con la cara de la gente al mirarla. Se emociona cuando la salida de la Catedral marca el momento del inicio de su "recogía". Se emociona en esa calle tan estrecha, al salir de relevo y no poder moverse de la gente que se agolpa pidiéndole, mirándola, hablándole, queriéndola...
Se emociona cuando deja su cara impresa en una estampa en el carrito de un bebé y a su madre se le dibuja una sonrisa. Se emociona cuando presiente que llega el final, cuando el respiradero le deja vislumbrar a la gente que la espera, otra vez, como hace un rato en la otra calle, como en su salida, como siempre, y cuando los costaleros se la acercan a quienes la miran desde el Cielo.
Se emociona cuando se abraza a sus hermanos, cuando se quita el costal, cuando se cierran las puertas y todo queda entre ellos, los miembros de su hermandad. Se emociona cuando piensa que ya queda otra vez un año para volver a pasearla y se emociona al decirle "hasta luego".
Se emociona cuando llega a casa con el cuello roto por su amor a Ella y comprende que a su lado nunca faltará un motivo de emoción para los suyos, y se emociona, sobre todo, cuando se para a pensar en lo pequeño que es ante la grandeza de una Madre que lleva, ahí es nada, más de trescientos años emocionando a su ciudad...
Fuente fotografía: Granada Cofrade
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