Como ésta, que huye...
Me duelen los suspiros de un pecho atormentado,
me hieren en el alma los signos de tu pena
que aumentan la congoja del dolor infinito
bajo un rojo palio de gótica estampa.
Tus ojos son saetas que cruzan la distancia
entre los puntos exactos de mi existencia en la calle,
y la esquina de siglos donde reviras y templas
entre tus abiertas manos el tiempo que pasa,
y se para, Señora, en tu excelsa belleza.
¿Quién sabe los caminos que elijes para herirme
cuando el miércoles marca la hora señalada?
¿Quién sabe por qué elijo esconderme en tu barrio
y mirarte de frente mientras inundas Sevilla
del destino más bello que jamás tuvo nadie?.
¿Quién sabe si soy porque quieres que sea,
abrazado a la reja que separa tu casa
de la plaza que sueña con que pises su suelo?
¿Quién sabe si mi vida, la mano que aferro,
los ojos que miro, esos labios que beso,
la niña que juega mirando a tu cielo,
son parte de un todo que a Ti pertenece
y que son mi todo porque así lo has querido?.
No tengo respuestas a tantas preguntas.
Mi mente no sabe tejer pensamientos
que no sean tu palio por los arrabales
detrás de tu Hijo, costero a costero,
soldado a caballo que le hunde una lanza
condenándote al llanto al herirlo de muerte.
Me temo, Señora, que yo lo he soñado.
Conozco la historia que empezara en la tarde,
y le temo al final aunque el miedo es cobarde,
esperando el delirio de tus ojos abiertos
cuando llegues, llorando, envuelta en tu noche.
Espero, Señora, que el final sea tu luz,
que sea eterno este miércoles y la tarde que muere,
eternas las marchas que acompañan tu paso,
eternas mecidas y costaleros eternos,
sobre un suelo de nubes, revirando tu palio,
acerquen tu Reino encarando la puerta,
otra noche, Buen Fin, como ésta, que huye...
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