Desde abajo...

Desde abajo todo es distinto, todo parece lo mismo pero no hay nada más lejano a la realidad, porque desde abajo es desde donde te vemos, y Tú nos miras y, claro, tu mirada no es la misma para todos los que te miran porque Tú no miras a todos de la misma manera. Es más, me gusta pensar que Tú adaptas la mirada según sea lo que te transmiten los ojos de los que acuden ante Ti, sólo a mirarte, las más veces.

Antes podíamos ir a hacerlo a diario, cada media hora, todos los meses, todos los años, según tuviésemos la necesidad de Ti, según tuviésemos cosas que contarte, según tuviésemos más o menos prisa, y es curioso que la mayoría de los días del año no nos acercábamos hasta tu morada, sólo cuando tu hermandad convocaba a cultos, o cuando Tú nos reclamabas un día de triduo, una ofrenda floral, el momento del montaje y preparación de los enseres que conforman tu palio o, en el peor de los casos, únicamente el día en que salías a la calle. No me voy a meter en el embolado de contar las veces que yo mismo he ido a verte, ni las que han ido los demás, porque reside en el recinto privado de cada alma, de cada mente, y sólo Tú eres la que debe juzgar si las veces que hemos ido han sido suficiente para Ti, que es lo que realmente importa, pero sí me planteo si las veces que lo hemos hecho han sido suficiente para nosotros, y por qué no lo hemos hecho más cuando podíamos hacerlo, es más, debería haberlo hecho más, porque no tengo reservas casi en el corazón.

Te aseguro, desde esta situación atípica en la que estamos viviendo, o sobreviviendo, según los casos, que las veces que he ido a verte no han sido suficientes, porque es tanto lo que te echo de menos, lo que tengo que decirte, pedirte, agradecerte y preguntarte, que ya me están faltando días y no sé si voy  a poder recuperarlos cuando podamos salir de casa y llegar a tus plantas. Quizá tendré que sacarme un abono en tus bancos, de temporada, para sentarme a mirarte como me gusta hacerlo, desde abajo...

Mirándote así, me puedo recrear en la indescriptible belleza de tu cara, pero me pregunto si no necesitaré más, si no precisaré irme contigo allí donde te plantas, una vez al año, a mirar lo que tu ciudad te ofrece, cómo se viste para Ti y lo que sus hijos esperan de tu amor en la calle. 

Pienso cómo se verá todo desde allí, desde esa altura infinita que es, paradójicamente, la mesa de tu palio, inalcanzable para todos los que te ven desde fuera, incluso para tus costaleros, ya que ese espacio que es tu altar sólo está disponible para la priostía, pocos días al año, y quiero creer que la gente necesita más de Ti, estar más cerca, poder casi sentirte, y subirse contigo ahí arriba para que sepas, contándotelo al oído, todo lo que tienen que dedicarte, en forma de oración, de beso o de un simple roce de tu mano. Por eso, generosa Tú, conocedora de las necesidades de tu feligresía, ya decidiste darle la oportunidad a tu ciudad, a todos sus ciudadanos, a todos tus hijos, de poder subirse contigo ahí, donde reside la belleza, el origen de la graciosa forma en que paseas, y hablas, y lloras...y fue tanto lo que significó aquello para el que te escribe que, infinidad de años después, todavía sigo acordándome de esa mañana en que, sin saber lo que los priostes habían preparado para Ti, me recibiste ahí arriba y, habiendo sido tanto lo recibido, tanto lo disfrutado, tanto lo aprovechado, que salí renovado, tan renovado, fue tanta la fuerza que me dio ese simple gesto tuyo, que casi me atrevo a pedirte que lo vuelvas a hacer posible, cuando todo esto acabe y corramos a tu vera, para que todos los que no pudieron hacerlo ese día,  puedan decirte al oído, contigo, en tu palio, todo aquello que su alma les dicte, como cuando te miran, como yo lo hago, en silencio, cuando te miro desde abajo...   


Fuente fotografía: libro "Las hermandades de Granada en el CL aniversario del dogma de la Inmaculada"

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