Domingo de Resurrección...

Dios resucita en Granada, Gloria a Jesús Nazareno...

Granada, ciudad afortunada donde las haya, como Alfa y Omega de los días pasionales, pone dos barrios, distintos y distantes, en su origen y en su presente, para dar su mensaje de fe. Pone en liza las nuevas calles asfaltadas del distrito Fígares, y las adoquinadas de la antigua judería de la ciudad, para anunciar a Granada lo que se va a vivir, y lo que se ha vivido, respectivamente.

Uno nos dirá, con la alegría del estreno, con la cara de felicidad del niño que abre su regalo de cumpleaños, con el sentimiento que deja el primer beso, que nos abramos al rito, para llenar las calles de gente al paso de nuestras hermandades, que nos sintamos partícipes del drama, que les digamos a los nuestros lo que esconde la ciudad en sus templos y que sale a la calle a evangelizar por los sentidos a todos los que quieran asomarse a las puertas de la memoria. Ser cofrade es ser cristiano, ser cristiano, es creer a la andaluza.

Para ello, el barrio, no necesitará muchas cosas, apenas unas cornetas de plumas blancas, y unas ventanas que tienen la suerte de abrirse a la mismísima cara del Señor, cada Domingo de Ramos por la tarde, rasgándose el alma de los que lo miran como se rasgan las vestiduras del que todo lo puede, a los sones de la marcha que compusiera Velasco Rodríguez. Precisará de su luz,  la luz de un barrio humilde, las estrecheces de sus calles, las casas bajas, desde cuyos balcones se estrenaron las miradas de los que hoy van de bajo de las andas de sus pasos, y a su Madre, que en su precioso palio habrá de albergar ya mismo los corazones de todos los amantes del buen gusto, del buen hacer, y que es un premio a la paciencia para lograr resultados a mayor gloria de nuestra ciudad.

El otro, uno de los pulmones por los que respira nuestra Semana Santa, nos tocará las más íntimas parcelas del alma, las fibras definitorias, los cimientos, la base de todo lo bueno, los más bellos rincones de nuestra historia, descubriendo los amores que teníamos ocultos, y los sueños que hace tiempo volaron al cielo conforme fuimos cumpliendo los años que nos alejaron de las andas de la infancia.

El otro, "cada vez que me calzo el costal me acuerdo de tu nombre", historia viva de la ciudad, de colegios de monjas que descubren devociones, de plazas con crucificados de piedra, de un fraile que sabe de cofradías más que ellas mismas, y de adoquines que han sido limados, año a año, por las alpargatas costaleras de Domingo a Domingo como dice la canción, "cuándo será Domingo, para volver", nos hablará del "Consumatum est", a la usanza de Santo Domingo, a través de la mirada de los niños de Granada, los que los son por edad, y los que por edad ya no lo somos pero volvemos a serlo cada mañana de Domingo de Resurrección.  

Y se nos tocará el alma porque sentiremos, sólo con cerrar los ojos, la mano de nuestra madre camino de la iglesia, las campanitas de barro al aire del final de la Semana, del fin de fiestas, de la traca final en esta verbena de la fe que siempre es el Domingo de gloria en la Gloria misma de los cielos azules de Granada, que es, eso lo sabemos de sobra los que hemos nacido aquí, la misma gloria; porque este día es una llamada a la infancia, a la nuestra, a la de nuestros hijos, que estrenarán hombros para pasear al Niño Jesús triunfante, estrenarán oídos a las notas musicales de la agrupación que lleva su nombre, estrenarán las sonrisas de sus padres que, en esta noria que es la vida, se ven comprando las mismas campanas que los suyos les compraron a ellos para anunciar el mensaje que el barrio tiene que decirle a la ciudad, y lo hace poniendo a la chiquillería en las puertas de la santa Iglesia Catedral, adonde han ido llegando todas las hermandades desde el Domingo de Ramos...

Da igual si las condiciones son adversas, si llueve y no se puede salir, o si una crisis sanitaria inabarcable nos impide hacerlo, porque saldremos. Les diremos a todos los que quieran oírnos que no hay muerte en la ciudad, a pesar de que Cristo hubiese expirado en el Genil, rindiéndose a la misma en san Antón. No existe pena en Granada, no existe dolor en Granada, porque es una ciudad llena de Esperanza, aunque no se haya puesto verde el cielo del reflejo de su palio. Granada es afortunada, porque lo que parecen mensajes distintos son uno sólo, y ese mensaje es la alegría...alegría por empezar la Semana Santa en Fígares, alegría por terminarla en el Realejo, cornetas y agrupación musical, paso de palio y andas de madera...¡qué afortunada eres Granada! ese mensaje, la alegría del Alfa y el Omega cofrades, la alegría en los dos barrios, protagonistas por ser en ellos en los que se abre y se cierra nuestra manera de expresar que creemos, aun siendo tan diferentes entre ellos, es el factor común, el cordón umbilical que los une y que, se llama de la misma forma, se define con la mismas dos palabras, en Granada todo empieza y todo acaba, no con la A y con la Z, no con el Alfa y Omega, en Granada, las dos palabras que definen la misma alegría, son...Dulce Nombre...

Dios resucita en Granada...¡Gloria a Jesús Nazareno!


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