En la palma de la mano...

Los parecidos de la genética los encontramos por doquier cuando miramos a nuestros hijos. Desde el primer "¿a quién se parece?" lanzado meses después de su nacimiento desde todos los sectores de la familia, hasta esos rasgos definitorios de un carácter que nos gusta adivinar en ellos cuando observamos cómo van creciendo..."La barbilla y la boca son de la familia del padre, pero los ojos son de la madre".

Gracias a Dios, los hijos salen más a las madres, que suelen ser la parte bonita del matrimonio, deseando sus padres que no saquen sus orejas, su nariz, la prominencia de la frente, o los gestos duros, masculinos, de la mandíbula o el mentón, sobre todo si el vástago es del sexo femenino, ya que nunca podría ser guapa una niña con semejante cara. Gracias a Dios, la suavidad de los rasgos de la madre se trasladan a sus hijos, como si del buril de un escultor se tratase, quedando esculpidos para siempre en la forma en que sonríen, o cómo ponen la boca cuando hablan. 

Muchas veces observamos a nuestros hijos, y nos gusta descubrir que miran como nosotros, se rascan como nosotros, adoptan nuestras posturas al dormirse, reaccionan de nuestra misma manera al ver una comedia, riéndose justo en ese momento en el que nosotros lo hacemos, por las mismas tonterías del protagonista, continuando la risa por ese motivo hasta el final de la película, e incluso hasta el día siguiente. Nos gusta descubrir que tienen la misma forma de pies, que andan de la misma manera, y puede que, de tanto como nos escuchan en casa, acaben por decir las mismas cosas justo en el momento en que haya que decirlas, aunque eso nos genere situaciones embarazosas.

La genética es así, de tal palo tal astilla, dice el refrán, para definir eso que no se puede definir y que se circunscribe a la regla no escrita que pasa de padres a hijos en las líneas invisibles del carácter, dándose el caso de que nuestros hijos pueden llegar a ser un calco nuestro pero en tamaño de bolsillo, mire usted qué gracia.

De lo que sí estoy completamente seguro es del orgullo que sentimos los padres cuando alguien nos dice que nuestro hijo se parece a nosotros (lo raro sería que se pareciera al vecino), cuando hacen algún gesto, o cuando ven en ellos algo que nos han visto a nosotros cientos, miles de veces, y les divierte encontrarlo en nuestra descendencia, en algunos casos la primera vez que los ven, asomados a la cuna del materno infantil, esa mañana de Domingo de Ramos, por lo de estreno y de la felicidad, que siempre es el nacimiento de un niño. Alguna amiga de la infancia de una parte, y amiga de la otra desde que se dieran el primer beso, le descubre al padre la magia que se esconde en esto de la genética, comentándole ese primer día a sus padres el parecido, por decir algo, la exactitud por definirla correctamente, de la forma de ambas, y es que, yo siempre me sorprendo de que la vida se pueda plasmar, idénticamente, en la palma de la mano...




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