Viernes Santo...
Anoche, Amor Mío, los espigados capirotes negros que preceden al Cristo de la Misericordia no me dijeron nada, no estuvieron, y la talla del Señor no dibujó en mí la sonrisa del que sabe que el Jueves Santo se muere, y que llega la resurrección del costalero. Quizá los que no son de Ti no entiendan esto de la muerte costalera, pero se produce, porque cada uno de los tuyos muere cada vez que encierra sus otras devociones y resucita cada Viernes Santo para llevarte a Ti por los caminos nuevos de la Gloria. Yo muero cada Lunes Santo cuando la Virgen de Consolación mira de frente a la Verdad y la Vida, Sagrada Protección y Padre Nuestro, y resucito, la mañana jubilosa del Viernes Santo, triste para la cristiandad por la muerte de tu Hijo, pero alegre en los corazones de todos los que, desde la cruz de guía al último músico de la banda, tenemos algo que ver en tus diálogos, en tus silencios, como tenemos algo que ver en tus perdones.
Anoche, no me despedí del Silencio recordando a ese costalero tuyo que siempre lo ve en la calle Colcha, y saludando a los que lo llevan a Él y a Ti, ansioso por llegar a casa y empezar a vivir el Viernes Santo, ya que el Viernes Santo empieza cuando, en la mesa de camilla, vaso de leche y torrija, Canal Sur me trae la luz hecha paso de palio al salir la Macarena, sabiendo que bajo las andas de su Hijo entrega el alma aquel que las ha pasado conmigo duras y maduras. Así empieza, pero este año está siendo distinto. Este año hay tinieblas, las nubes de Loja nos traen la desesperanza, y no acertamos a ver la luz al final del túnel, cuya boca, es justo la puerta por la que sales cada Viernes Santo a encontrarte con Granada.
Este año los hijos de tus costaleros no les darán agua a sus padres, los priostes no habrán obrado la filigrana de tu paso de palio, la cera no habrá sido derretida, ni llorará al compás de tus varales nuevamente cincelados para mayor gloria del dulce movimiento de la Señora más niña en las calles de la ciudad más mágica. Este año no habré comido arroz con leche en casa de mis padres, ni habré hablado con mi hermano de tus cosas, porque él las conoce bien, tan bien como lo puede saber cada costalero tuyo que haya tenido la responsabilidad de abrazar tu zanco. Este año el paseíllo torero no se habrá interrumpido para pedirle a Consolación que me ayude y me cuide ante el Monumento del santo Ángel, ni el Gregorio que nunca fue de Carmela, me habrá hecho notar en la espalda los abrazos de mi gente, la de negro y la de trapo, sonrisa en la cara y fuerza en los brazos, despachando devenires de la Semana que ya ha muerto, porque, Amor Mío, estamos de resurrección.
El café me lo habré de tomar en casa, con mi mujer e hija, después de comer comida de vigilia, la más dura, la más sufrida, pasando como mejor se puede estos momentos, mucho más llevaderos porque tu cara preside mis noches y tu cuadrilla no para de hablar en el mejor grupo que la tecnología haya dado. Trescientos sesenta y picos días estamos tus hijos hablando de Ti, pasando fotos, y poniéndole sal y pimienta al año para que, al llegar la resurrección costalera para llevarte a la Gloria, no hayamos dejado de reírnos, de compartir momentos, de conocernos, de vernos y, lo que es más importante, de querernos…ya lo dijo un capataz, ése que es fuente de inspiración del que toca tu martillo, el que ronea de cuadrilla por donde va, “quererse mucho ahí debajo”, y nosotros, Amor Mío, Amor Nuestro, nos queremos todo el año.
Este año no sonarán los nombres que reviran tu nave debajo del paso para levantarte al Cielo; no tendré relevo de familia; mi hija no estrenará la túnica de monaguillo de tu hermandad; el sol no habrá de iluminar la torre como todos los años porque este Viernes Santo, aun siendo el mismo, no será el de todos los años, ya que tu nave no habrá de salir del puerto, aun sin lluvia.
Este año, tu blanquinegra fila de nazarenos y tus estoicas camareras, no le dirán con su ofrenda de cera a Granada que el puente romano, “que en concreto es zirí”, es el kilómetro cero de la belleza por definición, el amor por definición, la elegancia por definición, la gracia por definición. Tampoco le dirán tus monaguillos, desde ese tramo infantil al darle una estampa al público expectante, que el Señor expira sin mirar las calles de su ciudad por obra y gracia de Sánchez Mesa, ni les contarán que tus costaleros se reinventan, porque, no sé si te lo he dicho, debajo de tu paso resucitan.
Por eso te pido, Amor mío, Amor Nuestro, que nos des la fuerza necesaria para pasar este día sin Ti, aunque siempre estés con nosotros. Que le des a los nuevos la paciencia de esperarte, a los viejos, siempre, un año más; a la lógica nuevas leyes para borrarlas cuando salgas por la puerta; perfección a la medida, para ver tu palio montado de nuevo; a la estadística, otras nuevas normas para romperlas con la edad de algunos de los que te llevan y que se desafían cada vez que Tú levantas; a tus capataces, su punto justo de locura, su punto justo de coherencia; a tus hermanos el consuelo por no tenerte en la calle; a tu ciudad belleza, para que sirva de marco a tu cara otra vez, a cada revuelta del tiempo y de la calle; a tus niños su inocencia para jugar a cofradías, y a nosotros, Amor mío, déjanos lo que tenemos, sólo eso, la oportunidad, el privilegio, el sueño y el orgullo de poder morir en Semana Santa para poder resucitar, Amor Mío, Amor Nuestro, bajo tu paso de palio,…
Fuente fotografía: La Locura Cofarde (Orantes)
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