Vestido de blanco...
Vestido de blanco, sale de casa con cierta rapidez porque lo esperan los de toda la vida, esos compañeros que, a fuerza de ir haciéndose el costal año tras año, se han transformado en amigos, tan amigos, que han compartido no sólo las chicotás de dentro, sino las de fuera, que son las peores porque vienen de todos tipos y ni te avisan. Nunca se está preparado para recibir la llamada de un amigo diciendo que, desde eso momento, le falta una pieza importante de su vida. Nunca se sabe qué decir para consolar lo inconsolable, remediar el dolor irremediable, mientras procuras que hable de esa falta contigo, porque hablando de ella sólo se recuerdan los momentos buenos que la hacían única.
Vestido de blanco recibes al sol de la tarde, bajo los soportales de nuevos edificios en un barrio de medianerías del siglo ya ido, dejándonos con su marcha un sabor a madurez, a incipiente vejez, y a retirada...cómo es esto del costal y la trabajadera que, aún siendo joven, ya eres viejo para todos los que entran, empujando la trasera, recordándote que tú algún día fuiste así, aunque no te cambies por ellos, por lo que eres, por lo que sabes, mientras los ves, bromas, voces y alboroto, haciéndose la ropa, vestidos de blanco.
Vestido de blanco recibes el abrazo del capataz, el guiño por lo que viene, la tarjeta de relevos según hayas cumplido con tu obligación, la comprobación de las "x" con tu amigo del alma, la licencia para disfrutar gratuitamente, y miras al cielo mientras respiras, vestido de blanco, la fragancia del barrio otro año más, tu mente en los puntos clave, tu alma repleta, tus bolsillos vacíos, tus recuerdos ordenados. Mandas un mensaje con los relevos a la familia, para verla, cuando salgas sudoroso y cansado después de haber dejado los zancos y haberle dicho hasta luego al Señor, aunque la familia siempre sabe dónde esperarte, y no puedes contener la sonrisa cuando la ves tras las filas de gente que se apartan a tu paso.
Vestido de blanco, siempre de frente, que tu Cristo anda sin cambios, fijados los costeros, a la manera del barrio, acoplas tu cuerpo a la estrechez de la parihuela, tu hombro bajo la madera del canasto, tus brazos al palo de delante, tu cabeza en el tuyo, tus ojos en el trapo del compañero que te precede, tus oídos en tu contraguía, orden tras orden, tus pies avanzando sin miedo por la calle, tu pensamiento en los tuyos, tu cariño en los tuyos, tu orgullo con tu ciudad, tu vida con tu cuadrilla. Suenan las cornetas, el llamador retumba, la voz del que manda reclama tu atención, "¡qué voy a llamar!"...
Vuela el paso, se recoge arriba, con el sonido inconfundible del esfuerzo costalero, y la mole de madera, flor y luz, comienza a andar, "se va la Cartuja" se escucha desde dentro, el Señor camina sin mirar abajo, donde sufren, lo quieren, lo buscan y lo llevan, sus niños, sus hombres, sus costaleros, con los vellos de punta y el tambor en el izquierdo, siempre fuertes, siempre rudos, siempre suyos, siempre...vestidos de blanco.
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