Verano en blanco y negro...

Mis padres se compraron un piso en la calle de Las Flores, siendo ésta, por tanto, el lugar de mi residencia oficial, si bien siempre me he sentido parte de su verdadero barrio, porque uno no es de donde vive, sino de donde siente.

La proximidad al recinto de la foto, en aquella calle Arabial extramuros de la ciudad, de acequia gorda y vega, era nimia, por lo que era lógico pensar que los veranos, en mi casa, lo tuvieran como protagonista. Yo no recuerdo, dada mi corta edad, que siendo muy pequeño ya iba a bañarme allí, sofocando un poco las terribles calores del estío granadino, pero sí tengo en la memoria instantes dispersos, inconexos, que me hablan gráficamente de que yo he pasado allí muchos momentos.

Empiezo a tener claras las imágenes a partir de mis nueve o diez años, y luego con mi hermano siendo, como nosotros, muy pequeño, jugando en la piscina chica, como yo lo hacía, sólo pudiendo bañarme en la grande cuando mi madre (ni un momento de soledad para ella), se iba a nadar a la misma, esto es, la olímpica, la de 5 metros de profundidad y trampolines que se elevaban hasta el cielo. Mor de la amistad que a mi tía Cristina le unía con uno de los miembros de la familia dueña de la piscina, se la podía ver por la zona del fondo, la que pegaba a las pistas de tenis, y que llamábamos "la chicharrilla" porque allí no había sombra, y por eso las mujeres la elegían para tomar el sol, zona que sólo abandonaba para darse un breve chapuzón y volver a la solana. Ella nos invitaba a coca-colas en el bar de encima de las gradas, donde luego empecé a jugar al futbolín, pagando el primero y poniendo camisetas en las porterías para que las bolas no se colaran, un producto de nuestro ingenio que, claro, los dueños "ignoraban".

Los veranos de la adolescencia me llevaron a formar un grupo de amigos inolvidable, que aun hoy pervive, al menos, en parte, teniendo como cuartel general un grupo de mesas y sillas justo en el lugar desde donde se hace la foto, en el que nos sentábamos a hablar, jugar  a juegos de mesa, reírnos y pasar el día, ya que llegábamos cuando abrían y nos íbamos cuando cerraban, es decir, "se recuerda al público que a las siete y media se cerrarán piscina y vestuarios". Allí descubrimos todo, desde los juegos acuáticos con nuestras amigas, pugnando por una pelota, hasta la lealtad de los amigos de verdad que, después de cerrar, seguíamos juntos hasta altas horas de la madrugada. Allí estábamos bien, aprendiendo de todos y de todo, siempre ante los ojos de nuestras madres, "niño échate crema", "niño no corras por el bordillo", "niño no vayas a los trampolines", porque ante todo, era una piscina familiar.

No voy a hablar de los amores no correspondidos, que los hubo, y otros a los que nunca les dijimos nada, pero estaban, y sí de que allí se hablaba de chicas, de fútbol (furia granadina y essein), de lo que íbamos a hacer esa noche, de irnos luego a correr o a jugar a los paseíllos universitarios, o incluso de ducharnos allí y empezar la salida desde que nos fuéramos de la piscina. Muchas veces gastamos bromas desde los teléfonos del túnel de vestuarios, alguna vez tuvimos que dar una noticia desagradable, porque nos ha pasado de todo entre esos muros, y de todo salimos airosos. 

Hoy día, algunos somos padres de familia, hemos terminado los estudios, hay médicos y abogados, algunos seguimos peleando con la vida en forma de oposición, otros ya tienen el puesto fijo, pero todos formamos parte de un todo maravilloso que se unió en los veranos de la piscina Neptuno, y del que guardamos imborrables recuerdos...


N del A: Curiosamente, ese pasado me ha asaltado, sin darme cuenta, al ver esta foto, como me asaltó en una sala de academia, hace poco tiempo pero que se me hace una eternidad, hablando con mi rubia compañera de todo esto que ella conoce mejor que yo.

Fuente fotografía: Pinterest

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