Velilla...

Recuerdo una ventana, abierta al horizonte,
por donde la mañana jugaba a ser adulta,
y el aroma del mar entrando suavemente
en la estancia con fotos de momentos felices.

Recuerdo su mano, cuchara de palo,
removiendo la salsa que todo lo acompaña,
eterna cocinera de los almuerzos en casa
que siempre era la misma aunque habitásemos otra.

Vuelan con los recuerdos sonidos de los pájaros
que a la terraza venían después del desayuno,
removiendo un café con el sabor de otra época,
mientras abajo afilaba, su pregón, el cuchillo.
Cabinas de teléfono, geniales, mastodónticas,
a los ojos de un niño esperando esperanza,
redundancia terrible de un infante que sueña
con que su padre regrese, como el sol, de mañana.

El hilo telefónico, la metálica voz,
auricular mojado por lágrimas que fluyen,
el paseo de regreso mientras baten las olas
y un puzle en el kiosco, que endulza el momento.

Helados en Jamaica, sabores de una vida,
el toldo que refresca el estío sexitano,
burbuja de corcho que previene hundimientos
mientras la abuela observa, sentada a la sombra,
los avances del nieto en sus lecciones de nado.
Mi madre, una muchacha con cuatro chiquillos,
se lanza de cabeza, mañana de poniente,
y aún recuerdo mis ojos abiertos como platos,
fascinado y absorto con la elegante figura.

Me asomo fugazmente, mis hermanos pululan,
evoco un hombre bueno asido a su Rioja,
abrazos de mujeres que sonreían al mirarnos,
en esa vieja playa que me recibe ahora
recorriendo la pluma los caminos seguros
que me llevan, de nuevo, a tu mar, y a Velilla.


Fuente fotografía: Rincones de Granada

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