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Los sitios no están numerados, ya que los bancos de la iglesia no se disponen en filas de este tipo, como los cines o teatros, pero sí que están nominados, ya que cada miembro de la hermandad, oficial o no, tiene el suyo atribuido para los cultos o misas, y el resto de hermanos saben que es suyo, y lo respetan.

Con él pasa lo mismo, claro. Ese señor mayor, de pelo cano, frente despejada, hirsuta la piel y profunda mirada, limitada la visión por unas gafas de lejos siempre del mismo tipo, ocupa su lugar muy cerca de la capilla de la Virgen, casi en todos los momentos de la hermandad.

No fue siempre tan mayor, pero su trayectoria sí que lo es, siendo el hermano mayor oficioso, al menos por los años que cuenta, y por el respeto con el que todo el mundo le consulta antes de tomar una decisión.

Desde su sitio sale siempre, Ellos permitan que por muchos años todavía, para ayudar a misa, ejecutando con maestría de orador las lecturas de turno, o pasar el cepillo entre los fieles recaudando sonrisas, las más de las veces, más que monedas. Está para todo, y los jóvenes que han ido haciéndose sitio en la hermandad, lo recuerdan siempre así, jovial, servicial, educado, devoto, amable, activo y entregado, siendo siempre el primero para ir en representación de su hermandad a donde lo quieran mandar.

Sus historias, tan cultas como él, tan verdaderas como él, hablan a los recién llegados de tiempos en los que nada era fácil, en los que las pocas cofradías que había se prestaban todo porque no había nada, en los que no existían las hermandades mediáticas y las que sí existían sentaron las bases de lo que tenemos hoy los que hemos recibido el legado de gente como él, y creemos erróneamente que siempre fue como lo vemos ahora. Atrevidos por lo ignorantes.

Es el primero en llegar y, cuando entras colgándote la medalla del cuello, él ya ha dispuesto todo, ayudado a la priostía a encender velas, o a colocar la mesa de póstulas que, en no pocas ocasiones, acaba presidiendo él mismo, y luego es el último en irse, abandonando el templo cuando se apaga la última luz, y después de haber saludado al último hermano que le pide consejo, cuando le ha rezado a su Cristo y a su Virgen, y ha dejado su sitio hasta el día siguiente.

Está ahí. Lo habéis visto, lo hemos visto miles de veces. Desviando un poco la mirada se le ve siempre recto, chaqueta, chaleco y corbata, mirando tras sus gafas el devenir de su hermandad, que es lo mismo que decir el devenir de su propia vida, y sus hermanos se alegran de verlo ahí, en su sitio, cada día, porque son conscientes de la suerte que tienen de contar con alguien así en las filas de la hermandad. 

Mucha suerte, efectivamente, pero él, que lo observa orgulloso, tiene una suerte aun mayor, porque ese hombre, además de buen cristiano y mejor cofrade, es su padre.

Fuente fotografía: ayer y hoy revista    

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