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A él le gusta ese momento. Siempre le ha gustado, antes incluso que el espectáculo de formas que constituye un hermandad en la calle, antes del bullicio y el murmullo en la puerta esperando que todo cobre vida, antes de la serpiente de color que es el mar de túnicas, antes de la música y la fiesta, está ese momento. Él lo ha preferido siempre, por lo íntimo, buscando ahí ordenar la vida, pieza a pieza, mientras se sumerge en ese halo de calma que todo lo envuelve, para él, en ese instante.
Ha ido pasando el tiempo poco a poco, se lo dicen las canas que peina, las arrugas en su cara y el hecho de que a donde antes iba sólo, ahora lleva a su hija, preguntando esto y lo otro, como queriendo empaparse de todo eso que a su padre le parece tan importante. El reloj hace ya que marcó la hora señalada, dejándole otro trozo del pastel de las vivencias, permitiéndole ser partícipe de otro modo, y verla de otra manera, aunque ese momento le siga dando un toque en el alma, desde el primer día.
El sol ha empezado a buscar ese hueco por el que, casi todos los años, se cuela buscando su cara como queriendo, con su cita puntual, recordarnos a todos que, pase lo que pase, cada cosa tiende a tornar de nuevo a su lugar y la hermandad, hecha cofradía, se ha lanzado a la calle. Los tambores de la banda del Señor se han ido perdiendo en la arboleda que da cobijo, madera y hojas, al que recibe a diario las cuitas de sus parroquianos. Uno a uno, en su orden de todos los años, con su vida al cuadril, han ido saliendo del templo todos los nazarenos, buscando la caricia de una tarde hecha mujer, y la luz de la cera penitente ha dejado paso, flor de las flores, a la que resuelve las dudas, calma los desvelos y cura las heridas, sólo con pararse un ratito a contemplarla.
El palio, perfecto, aun no ha sido dotado del grácil movimiento que le aporta su humano andar, aunque las voces se han empezado a suceder ahí abajo, conato de ruido que el capataz ha cortado con un sólo gesto de su mano al agarrar el martillo...los puños de la camisa asoman por debajo de la chaqueta y, los gemelos, dejan leer un mensaje de cariño de las que los ha prendido, dándole un beso al portador.
Ahora sí, han encajado los engranajes de la máquina, vuelven a la pantalla los créditos de la película más esperada, mismo principio y final, pero nunca mismo desarrollo, y Ella ha empezado a girar para colocarse en el centro de la iglesia, antes de afrontar sus costaleros el reto de la puerta. El sol, y él, pendientes de su cita, en ese momento que lo llena todo y todo lo arregla, al menos, hasta el año que viene.
Se suceden las órdenes, pero él ya ha dejado de escucharlas; no escucha nada, es decir, nada que no sea ese concierto que se desarrolla siempre a la misma hora, aunque no siempre con los mismos protagonistas ya que, de Marzo a Abril, el sol no calienta de la mis forma, pero sí es la misma la sinfonía, los acordes no escritos en el pentagrama son los mismos también, y él se deja llevar por su armonía, por su ritmo lento, y ve pasar frente a él, mientras Ella ya empieza a recibir el beso del sol, todos los momentos de su vida, volviéndose a encontrar con todos los que se fueron, porque cada año sacan su entrada en este auditorio que es su iglesia, el día que sale su cofradía...
Todo fluye, todo pasa, nada queda, "memento mori", ¿pero mientras tanto?...ahí suenan otra vez, vuelve su momento preferido, para él y los suyos, las notas sin papel pautado de las bellotas golpeando los varales...
Fuente fotografía: Sevillanía Cofrade
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