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Todo fue pasando poco a poco, al principio solamente, para luego desbordarse dando con sus huesos entre las cuatro paredes de su casa un día sí y, el otro, también, sin apenas darle tiempo a preguntarse cómo había sucedido todo, o a entender la magnitud del nuevo panorama que se abría ante sus ojos. 

Se vio, como todos los de su alrededor, sin poder tocarse, hablándose sin sentirse, a través de unas frías ventanas y, después, tras una mascarilla, sabiendo que a su lado estaban sus vecinos, a los que conocía, pero que ahora empezaban a ser más que unos meros conocidos, para pasar a convertirse, al menos durante un tiempo indeterminado, en partes casi de su propia familia, la cual, junto a sus amigos, quedaba en la lejanía de una insalvable autovía que había convertido los ocho minutos en coche en un sinfín de kilómetros. La batalla fue dura, caían por doquier sus compañeros de armas, soldados de todas las edades, clases y género a los que se les homenajeaba con aplausos y, algunos, póstumamente, lo eran a los sones de "la muerte no es el final" a las puertas de un Palacio de Hielo que se tornó en túmulo y catafalco improvisado para tantísimas almas sin nombre, para tantos nombres sin alma.

Escucha aplausos, coches de policía reproduciendo en sus radios marchas procesionales por las calles, imágenes de la Virgen proyectadas sobre las fachadas de los edificios, películas cofrades sobre la lona de una piscina y, los niños, prisioneros y valientes, preguntando a sus padres cuestiones sin respuesta sobre sus trajes de monaguillo, en una Semana Santa diferente, aciaga y, por desgracia, inolvidable e irreversible. Los ramos de flores se agolpan en las puertas cerradas de los templos junto a fotos de los titulares de la hermandad, y hasta unas cornetas sobre el alfeizar de un retablo cerámico, hacen entender a los vecinos de la calle san Luis que ese año no brillará en la calle la luz de la Esperanza. Los poetas, hablándole a un pueblo triste, para levantar con su arte el ánimo decaído, cual si de una nueva ciudad de Nottingham se tratase esperando al cruel sheriff recaudador de impuestos, bajo la lluvia de Walt Disney, aunque lo que parece recaudar en estos tiempos es la fe, cada vez más a prueba, de los resignados conciudadanos. Costales guardados, plataformas en internet para poder ver vídeos de cofradías, los grupos jóvenes ayudando a los ancianos de la parroquia, la cara de la Virgen y del Señor, ocultos tras sus muros, pero cercanos en las oraciones, las mentes y los sueños...

Un sueño, largo, extraño e impertinente, del que al final, aunque esta vez más castigado por la postura en la cama, con un dolor en el alma que será difícil de quitar, se ha despertado, desperezándose, difuminándolo con la luz del nuevo día hasta hacerlo desaparecer por completo y, piensa, en esta jornada posterior a ese sopor en el que ha estado sumido, tan real que parece haberlo vivido, que hay que empezar el día con renovados hálitos, porque éste que amanece no puede ser mejor, hoy empiezan los ensayos...     

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