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Pascual González, ese poeta de lo nuestro, de todo lo bello con acento andaluz, narró y declamó lo que pasó por sus entrañas cuando le invitaron, merced a una de las camareras de la Virgen, a ser partícipe del momento en que hay que bajar a la Macarena del camarín y pudo verla, y sostenerla, "sin corona en su cabeza". 

Él recuerda esos versos ahora e, incluso, los recita quedamente al evocar esa mañana de Octubre en la que pudo ver a su Virgen, como a Ella, sin corona en su cabeza. Cómo, siendo la misma, era distinta. Cómo no había nada más que su cara, sus ojos, sus lágrimas...bajo el palio que la cobijaba como siempre, pero a la vez como nunca.

Recordó también, como si fuera hoy, y al volver a verla en la calle, el relente tempranero de la mañana otoñal saludándole el primero, antes incluso que hubieran empezado a calentarse los cuellos de sus costaleros, aun recién hecho el esfuerzo de salvar la puerta de rodillas y recibir el calor de los aplausos de su pueblo, congregado allí pese a la hora y al frío, para verla tomar posesión del barrio, pero sin corona en su cabeza.

Esa mañana, todo era para Ella, y hasta el cielo así lo debió entender, pues se despojó de su traje de nubes para que el sol pudiera verla, como a Ella, sin corona en su cabeza. Y, así, fue llenando las calles con su nombre, las miradas con su presencia, los ojos con sus lágrimas, los corazones con su Esperanza, recorriendo su barrio por sitios estrenados, pasando por donde parecía que no pasaba, ocupando la ciudad cualquier hueco aquella mañana de Octubre en la que la Virgen salió recorriendo de día las arterias de su urbe, que la esperaba rendida a su belleza, aunque extrañada de verla, como a Ella, sin corona en su cabeza.

Recuerda la alegría en todas las caras, mirándola...los niños llamando a su palio con el martillo de sus voces, mientras sus padres lo levantaban con el coraje que otorga la emoción incontenible, incontenida. Las imágenes titulares de otras hermandades, saliendo a la puerta de sus sedes para recibirla, como se recibe a una vecina con el pan y el pescado en la mano, contándose cosas del barrio en su casapuerta. El sol, enamorado de Ella, entrando e iluminando cada rincón de su palio, queriendo éste beberse cada rayo y devolverlo después a la gente para calentarle el alma.

Como Ella, sin corona en su cabeza, llegó a las puertas de la Catedral por las calles antiguas, las de las leyes y el jardín botánico, para pasar a llenar la Trinidad rivalizando con la luz de un día pleno, en el que no podía caber ni más gente, ni más gozo. Se convirtieron las callejuelas de la ciudad en verdaderas avenidas de fe, albergando a toda la gente que la rodeaba, apretándose para verla subir, llevada por todos sus hermanos, hasta el lugar catedralicio en el que todo debía de acabar, para poder empezar de nuevo.

Sin corona en su cabeza...los tambores lo sacan del mundo onírico en el que estaba y la belleza más cierta, la realidad más hermosa, se ha parado frente a él, y surge la décima, rezando...

Sin corona en la cabeza
se marchó muy de mañana.
Siendo hora tan temprana,
a la ciudad,  su realeza,
despertó con sutileza,
que desperezó azorada
para hallar tras la alborada
tu rostro en sus bocacalles...
sin corona fue a la calle,
mas se volvió Coronada.


Fuente fotografía: Granada hoy. Fuente vídeo: Juanjeweb

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