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De pequeño (otra vez), tenía que esperar siempre a que su madre atendiera a sus hermanos pequeños, que la reclamaban con más insistencia, por lo que aprendió rápido a esperar, aunque no siempre lo aceptara, y se fue acostumbrando a ser el último de la fila para desayunos, cenas, baños,...cosa que le sirvió de ayuda, no obstante, cuando fue creciendo.
En el colegio, recuerda que nunca llegó a ser un líder, todo lo contrario, por lo que quedaba siempre relegado, a la hora de buscar aliados para las guerras de patio, o a la de encontrar un buen equipo de fútbol en la hora de gimnasia, o a la de confeccionar otro rápido para las pruebas de relevos, otra vez, como en tantas otras ocasiones, a ser el último de la fila, aunque siempre fuese el primero a la hora de que hubieran de elegir a alguien que ayudara con las matemáticas, si bien en el fondo sabía que eso no le hacía popular entre sus compañeros.
Destacaba poco, y su timidez no contribuía mucho a su causa, por lo que también era el último de la fila en la cola que se formaba, cada recreo, en torno a la puerta de entrada al colegio para la torta con chocolate, teniéndose que conformar con la de crema, o en la cola del supermercado cuando su madre le enviaba a comprar cualquier cosa que le hiciera falta en casa y las mujeres del barrio pasaban por encima de su silencio y su educación logrando que las atendiesen primero.
No mejoró mucho la situación en la adolescencia, puesto que empeoró su timidez, por lo que, a la hora de hacerse notar frente a una chica y esperar de ella algo más que una simple mirada, o un roce fortuito de la mano, él mismo se iba quedando atrás, relegándose, como siempre, al último de la fila. Quizá por ello, piensa, se sentía tan identificado con el grupo que lideraba Manolo García.
Ahora que ha pasado el tiempo, que la vida le ha hecho ser lo que nunca hubiera imaginado, ve a través del cristal de lo logrado, cómo ha pasado de ser el último al primero en el corazón de su esposa, o en la confianza ciega de sus hijos, en la complicidad recíproca con sus amigos de verdad, mitigándose así el dolor y la desconfianza que había ido acumulando durante tantos años y que desaparece totalmente cuando, llegada la estación de penitencia, observa la papeleta de sitio en donde reza el tramo en el que va. Es ahí, al agarrar el cirio, y buscar su puesto en la fila de nazarenos, cuando únicamente siente que no le importa, de hecho lo lleva con orgullo, ser...el último de la fila.
Fuente fotografía: ABC de Sevilla
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