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Desde muy pequeño, aunque no lo sabía y lo entendió después, ya no se comportaba como los demás niños, prefiriendo la compañía de las niñas del colegio, al principio sólo compañeras, después confidentes y cómplices, hasta convertirse en sus inseparables amigas, a la de sus ruidosos compañeros, siempre peleándose entre ellos y corriendo como fieras, desaforadas fieras, detrás de una pelota, juego que ni entonces, ni ahora, llegó a comprender ni le gusta lo más mínimo.
Alguna broma cruel, a su costa, provocó ese innato comportamiento que, con la edad, vé de otra manera aunque no por ello deja de dolerle y, por supuesto, no perdona, ahora que el tiempo ha ido poniendo las cosas en su sitio y ha empezado también a llamarlas por su nombre, aunque la sociedad siga señalando con el dedo todo aquello que suene diferente.
Conforme creció, la convivencia en casa, con sus hermanos mayores, le hizo ser retraído en cuanto a sus gustos, y tuvo que aguantarse los humos y morderse la lengua en más de una ocasión, por los comentarios que salían de la boca de aquéllos, tal era la forma de ser de sus hermanos, así que se refugiaba en su cuarto y, mucho más profundamente, en sí mismo, intentando dejar de lado, aunque muchas veces no lo consiguiera, las dificultades que, a modo de obstáculos, encontraba casi a diario en su propio hogar.
Recuerda, como si fuera hoy, lo difícil que le resultaba hablar de cualquier cosa, y la poca o nula complicidad que encontró en su familia, ajena ésta a todo lo que se estaba desarrollando en su interior. La adolescencia tampoco ayudó, y el hecho de que no trajera chicas a casa como sus hermanos, empezó a disparar la "alarma" y a maquinar éstos en su cabeza las más disparatadas ideas, aunque no se preocuparan en saber nada, hasta el punto de que se enteraron de todo muchísimo tiempo después.
En su hermandad de toda la vida, sin embargo, se sentía cómodo, y no tuvo nunca ningún problema, si bien tenía el sambenito que, a veces, se le coloca a todos aquellos que, por alguna razón u otra, se distancian del rebaño, aunque no fue nunca una traba para ir ocupando diferentes puestos en las distintas ramas de la cofradía. No obstante, le costó bastante dar el paso de introducirse en la cuadrilla de costaleros, ya que algunos sectores de la misma sí hicieron caso de rumorologías y runrunes de vieja, por lo que se le quedaban mirando mientras se colocaba el costal, o se alejaban de él a la hora de fajarse, aunque a la hora de meterse en el palo, en esa oscuridad que a todos iguala, su cuello hablaba de sus actos debajo del paso, y en no pocas ocasiones lo hacía mejor que en aquellos sectores, a todas luces más desfavorecidos física y mentalmente.
Por suerte, nunca se le ocurrió abandonar su cuadrilla por lo que pudieran decir de él, y un feliz día el capataz llegó malhumorado al ensayo, porque le habían llegado los mismos rumores que a esos costaleros, más ocupados en mirar a los demás por encima del hombro que de apretar los dientes cuando Dios lo exige, y las cosas cambiaron definitivamente.
Estaban reunidos capataces y costaleros en la casa de hermandad cuando, en uno de esos corrillos que se hacen en torno al de negro en el que está su gente de confianza y, por desgracia, también los que pululan a su alrededor buscando un hueco en pasos más de moda, cuando el capataz, prestando su oído a todo lo que a sus hombres se refiere, fue a dar con una conversación que se libraba a pocos metros de donde él estaba. Quiso saber enseguida el motivo de tanto revuelo, y se dirigió hacia los que comentaban haciéndose inmediatamente el silencio. Los costaleros, blancos como el papel, le explicaron como pudieron la razón del embrollo a lo que el capataz, hombre curtido en el trabajo del muelle, poco puesto en tecnicismos y sin más red social que el cuaderno del listero, dejó claro lo que de verdad importaba en su cuadrilla.
A partir de ese momento, todo cambió para él, que ahora, haciéndose la ropa para meterse en la parihuela de ensayos, sonríe al evocar el comentario del capataz, y las caras de esos costaleros, que el año de la charla causaron baja definitiva en la cuadrilla:
"Escúchenme ahora mismo ustedes, yo no sé si ese hombre será gay de esos, pero lo qué sí sé es que es un pedazo de costalero".
Fuente fotografía: Taurología
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