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Treinta monedas
parece poco precio a tanto pacto, al menos, porque la venta del Justo bien merecía las riquezas de un pueblo, pero hasta en eso era humilde el Señor, y osado el marchante, ese ruin y miserable, que es lo mismo que decir Iscariote.

En la calle Santiago, no la del Realejo (Padre Mío, si es posible, que pase de mí este cáliz...), sino la de la vieja Híspalis, ese cahíz de tierra en el que el Sentenciado pasa, derrochando empaque, entre los emperadores cuya historia se quedó corta ante la verdad de quien avanza de costero a los sones de siempre, Hidalgo, este Judas aparece dando su infame beso al que redime con el gesto, y es el Hijo de Rocío, marcando sus sucios labios la sagrada mejilla a fin de que se cumplieran las escrituras y los romanos supieran a quién debían prender, ahora sí, Realejo, en un Getsemaní de Comendadoras, Santiago y esencia de antigua Judería, por el irrisorio contenido de un saco mezquino con apenas treinta monedas, como dice la sevillana: "treinta monedas de plata, el precio de una traición", que son las mismas treinta monedas que sostiene el mismo personaje en el cenáculo rocalla dominico, en una esquina alejada y oculta de la Victoria del humilde, cada Domingo de Ramos.

Treinta monedas, el número exacto que cumple lo que dijeran los profetas, el que hace luego que el que las toma se maldiga, quizá en una metáfora brutal de lo que en realidad supone el dinero a la persona, sucio, vil y manoseado, que trae desgracias a los que quieren poseerlo a toda costa y por cualquier medio, vendiendo al que sea para conseguirlo, aunque luego acaben colgados del árbol más próximo tras darse cuenta de la inocencia del reo, condenado por su causa.

Treinta monedas...volvemos a Sevilla, en Jueves Santo. El sol baña la ciudad con  esa manera única, como marca registrada, que sólo pertenece a la ciudad de la Giralda, aunque se queda sólo en las azoteas del callejón en el que la gente se agolpa porque, cómo bien saben de otros años, allí va  a pasar algo.

Treinta monedas, la marea de nazarenos precede al misterio en el que se está levantando la cruz del Cristo de la Exaltación en presencia de soldados romanos a caballo. Treinta monedas, las órdenes de Falcón se escuchan desde la posición en que él se encuentra, y espera a que el paso avance, se pare cerca, levante y revire, para continuar su deambular por las calles abiertas al sol de la tarde y al aroma del incienso. 

Treinta monedas...la "levantá" hace retumbar el sentido de los que miran desde fuera, señal de que el paso ya está presto a revirar, y lo va haciendo, derecha alante, izquierda atrás, encontrando el saludo del sol que espera, como un espectador más, al Señor Crucificado. En el sitio, como las cuadrillas de categoría, se va metiendo en una calle y abandonando la otra, mientras el otro Sôl, el de cornetas y tambores, acompaña con su música el hacer costalero...se va el misterio, arranca y se va, solemne, elegante y poderoso, sonando la marcha que llena de clasicismo cofrade el aire sevillano; como diría aquel: "plumas al viento semanasantero hispalense".

Da igual la calle,...es Jueves Santo, se va el Señor, y suena, no podía ser de otra manera...Treinta monedas... 


Fuente vídeo: Marchas de procesión

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