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Están ahí, pero no los escucha. Pertenecen a ese espacio etéreo de los marcos y las fotos, a esa época en la que él no era todavía, pero su hermandad llevaba siglos siendo.

Al subir las escaleras de la casa de hermandad, va saludando a hermanos que se alegran de verlo, alguno, incluso, se lo hacen saber recordándole el momento en que se acercó a la cofradía por vez primera. Ya entonces, alguno de los artífices, mentores y mecenas de su hermandad, que propiciaron con sus actos que esté tal y cómo la vemos hoy, acababan de pasar a ese mundo nuevo, en donde se hacen tertulias eternas entre cofrades de caché, en donde ya no se les ve, salvo en los marcos de las fotos. 

Él, esperando a sacar su papeleta de sitio, observa esos marcos. Esas fotos antiguas con primitivo paso, el palio recién estrenado, en calles por las que ya no se pasa, bien porque las nuevas dimensiones del misterio no lo permiten, bien porque están muy cambiadas y, viéndolas, hace el ejercicio mental de saludar a los que conoció en vida, adivinándolos en los rasgos de su juventud, y recordar los nombres que son historia de la hermandad y que, de no escucharse con tanta frecuencia, podrían llegar a olvidarse. En este ejercicio, se acuerda de esa película infantil, o no, basada en la idea mexicana del tránsito, en la que se expone a los niños una hermosa certeza frente a la muerte, creyendo que se van a una ciudad celestial, sin límites territoriales, en donde viven felices por lo siglos de los siglos. Esto es posible porque son recordados a través de las fotos, colocadas en el altar, el día de Todos los Santos, y piensa que, a ciencia cierta, los hermanos fundadores, los que vivieron la guerra, los que salvaron sus imágenes, guardándolas en sus propias camas, o camufladas en envases industriales, para librarlas de atentados terribles, viven ahora felices en esa otra ciudad celestial, precisamente, porque son recordados en esas fotos en blanco y negro de la casa de hermandad.

Así es...ellos están presentes en su legado, que ha llegado hasta él en forma de patrimonio, material e inmaterial, pero también en la manera en que se presenta la hermandad en su día a día, como lo están en los recortes de periódico que hablan de sus hitos cofrades, en el agradecimiento de los actuales hermanos, sus herederos, en los Sagrados Titulares y en todo lo que es su cofradía, y lo que representa.

Cada hermano que se va deja un vacío que se llena enseguida porque no se va del todo, porque vive en los recuerdos. Siempre hay una placa que inmortaliza un hecho, un encargo que su firma permitió hacer realidad, un documento con su nombre y su historia, una anécdota de boca en boca, el paso montado cómo ellos dijeron que se hiciera antes de que todo existiera, una conversación de casa de hermandad, una mirada al lugar que ocupaban en la iglesia,...un marco con su herencia color sepia, y un nombre, su nombre.

Hoy, cuando le ha pagado el importe de la papeleta de sitio al mismo hermano de casi siempre, y ha recogido el papel que le indica que es parte del legado en la calle a través de su sitio en el cortejo, ha pensado un momento en las listas de hermanos, en los innumerables tramos que se han formado a lo largo de los años, en tantos cuadrantes de costaleros, y ha sido consciente de que, algún día, cuando todo esto pase, y recoja la papeleta definitiva, un hermano hará el ejercicio de ver las fotos de la casa de hermandad mientras espera a pagar la suya y, quién sabe, a lo mejor intenta adivinarlo en su juventud, y recordar su nombre, como él se acuerda de ellos y entiende las palabras del poeta Jorge Guillén:

"[...] ¿Y las rosas? Pestañas
cerradas; horizonte
final. ¿Acaso nada?
Pero quedan los nombres".


Fuente fotografía: Diario Sur

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