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Cuando empiezas a subir la calle, al final ya se vislumbra la torre mudéjar de la iglesia, como faro que va guiando nuestro camino y dirigiendo nuestra mirada hacia ella, y nuestros pasos hacia Ella, no pudiendo dejar de mirarla hasta que no llegas a su mismo pie, en la pequeña plaza que precede al templo.

Si se pusiera en un banco, de los numerosos que hay en los aledaños, y se dispusiera a contar las personas que, en su día grande, entran y salen, sería una ardua labor que acabaría rindiéndolo, aunque él intenta, yendo a su particular encuentro con Ella, pensar en los que, como él, llevan algo dentro del corazón para dejárselo ahí, y que Ella, como el relojero más preciso del gremio te repara el reloj, lo coja con su amor infinito y les repare el alma, quitando la pátina de dolor y miedo que dificulta su funcionamiento. Arreglar un mecanismo deteriorado, a veces de tanto tiempo, no le debe resultar fácil, pero Ella les pide paciencia y fe para esperar el día en que les llame y les entregue su corazón como si fuera el de un niño pequeño que la descubre por vez primera. 

Viendo toda la gente, hundida la cabeza y triste el semblante, que entra en la iglesia para salir con una mueca de sonrisa en la cara, piensa si aquél que la hizo en aquella humilde casa de su barrio, era consciente de lo que iba saliendo de su gubia, en aquellos tiempos tan distintos a los de ahora en los que los artistas malvivían del mismo arte que los encumbraría a su muerte.

Piensa, activado el folclore religioso, si él se habría ido enamorando, conforme su saber y su oficio iban sacando luces de miradas maternales, de Ésa que hoy recibe el cariño de todos los que son sus conciudadanos. Si él, era consciente también, en algún momento, al entregar la Virgen al que se la encargó, que hoy iba a ser un referente devocional de su ciudad...Seguro que no. Seguro que ese encargo, entre otros pocos, sólo le serviría para ir tirando un mes más, comprar el material que precisara en el taller, pagar el alquiler del mismo, quizá, a un avaro casero, ignorante de quién era él, y lo que iba a salir de sus manos. 

A veces, en esta sociedad de la que él forma parte, con tanto lujo, tanta falsedad y tanta equivocación, a él le da por pensar en que, a lo mejor, su época no era esta, y que su sitio estaba en esa otra, paseando por la ciudad que evocan los grabados en blanco y negro, con su pobreza, con sus puertas de acceso a la ciudad por caminos de tierra, harapos y carros de caballos, en el comienzo de todo, por todo comienza, sin duda, cuando el escultor recibe el encargo, y poder pasarse por su taller para ver la evolución, ser testigo del nacimiento, como belén del medievo, de esa talla que tanto desata ahora en los que la miran. Aprender del maestro, entender la fe a su manera, porque alguien que ve así a la Virgen, en su cabeza, tiene a la fuerza que quererla muchísimo. 

Le gusta imaginar que al artífice de tanta grandeza, le gustaba deambular por la iglesia, una vez entregada, para hablar con la Virgen de sus cosas, como hace él ahora, y entregarle su bolsa de dudas y desperfectos para que le arreglara el alma, como a los que, hoy, en su día grande, les está devolviendo la suya reparada.

No sabe a ciencia cierta si el escultor iba a saludar a la Virgen con frecuencia, pero sí sabe que vive con Ella, por los siglos de los siglos. No en el Cielo solamente, donde puede hablar a diario con la realidad perfecta que le inspiró para hacer su imagen, sino en la tierra, en su iglesia, ya que sus restos descansan junto a la representación terrenal de la que está allí arriba, para que la gente de a pie le pongamos cara a la Madre de Dios...

El palio se ha detenido, aun en el templo, antes de salir. La Virgen saluda al sol de la tarde cumpliendo dos rituales. El primero, disponerse para salir a la calle, y que sus costaleros descansen antes de afrontar la puerta. El segundo, pararse sobre la lápida, mudo diálogo entre Madre e hijo, entre el autor y su obra, que dice al visitante que ahí descansa ese hombre al que la Virgen eligió para dejarla en la tierra, y despedirse, hasta la vuelta, hablando un ratito con él...  



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