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Su casa es la de sus abuelo. En ella nació su madre y, pasado el tiempo, ella la concibió allí, entre las mismas paredes que cobijaron, años atrás, a los padres de su madre.

La ventana del salón, de madera antigua y cristal endeble, que invita a las historias de miedo cunado el temporal la hace crujir es, en realidad, un mirador a la gloria misma, ya que da justo a esa plaza que es el corazón de su pueblo, bombeando la sangre de su historia por las arterias de sus calles. Asomada a ella, ha sido testigo de la vida del pueblo en las mañanas de mercado, del jolgorio y la música en la verbena de las fiestas, de las charangas en cualquier celebración de su ayuntamiento que, con ellas, quiere siempre alegrar a su gente, aunque algunas lleven la pena por dentro y, sobre todo, del bullir continuo de gente, dentro y fuera, fuera a dentro, que acude todos los miércoles a presentarle respetos a la Virgen que, sin ser patrona, convoca a tantos fieles como Ella, si no más.

Al llegar Semana Santa, se bajaba a la plaza mucho antes de que saliera la cofradía para tomarle el pulso a la fiesta, a su mismo barrio, con el comercio cerrado y sy gente en la calle, formando ya en torno a la iglesia, repletos los balcones y las calles adyacentes, esperando a que la salga la Dueña inequívoca de la collación que ya rodea su casa.

Primero con sus padres, globo de color rosa y bolsa de garrapiñadas, tambor de plástico y vestido de domingo, cogida de la mano de su padre, costalero antiguo, que le cuenta entre lágrimas sus peripecias en el mundo del costal, su juventud vivida con Ella. Parece sentir todavía el apretón en la mano y la posterior subida a sus hombros, la emoción que él sentía transmitida por el temblor de su cuerpo y el ¡viva! desaforado cuando salía a la calle porque, eso sí que lo recuerda, su padre le decía: "Ella siempre sale".

Eso tuvo tiempo de corroborarlo en infinidad de ocasiones...de adolescente, con su pandilla, con Mateo, el hijo del que fuera por ese entonces hermano mayor de la hermandad, costalero como su padre, que la fue guiando por su manera de entender la Semana Santa, distinta a la que ya conocía y sintiendo los mismos nervios, ahora con sus amigos, ante esa puerta que se abría de nuevo y por la que adivinaba la forma del palio..."Ella siempre sale".

Los nervios siguen estando, pero ya son otros nervios. Son prisas, más bien, porque sus hijos, Fernando y Olivia, esa maravillosa pareja que es su vida y que son la familia que ha formado con Mateo, corretean por casa medio vestidos de monaguillo y con el arroz con leche a medio consumir. Mientras, en la plaza, empiezan a verse nazarenos llegando a la iglesia. Horas después, cuando la Virgen salga otra vez, mirará el balcón desde donde su madre la ve, como cada año desde que su padre falta, y recodará las palabras de éste, cuando la Virgen asome de nuevo a su plaza: "Ella siempre sale".

Hoy está nublado. Hace frío. Marzo se ha puesto ventoso y el color del cielo no augura nada bueno. Su hijo Fernando ha venido con Candela y Marta, y Olivia llegará más tarde, después de haber dejado a Ignacio, María y Carlota en la iglesia, ya listos para introducirse en el tramo infantil.

Candela no encuentra las sandalias franciscanas y Marta está esperando a que su padre le recoja la cola de la túnica, cuando éste acabe de liar su costal con la faja y asegurarlo con la medalla. Ella está cansada, el frío y el viento se han asentado en sus huesos y no ha podido salir en todo el día, ni siquiera para ver los pasos por la mañana y no tiene muchas fuerzas, por eso cree que no se asomará a la ventana a ver cómo sale la Virgen porque, piensa, con el día que hace, el cabildo no cree que decida echarse a la calle.

Sus hijos y nietos se van ya a la iglesia, y ella queda con sus recuerdos, sentada en el sillón reviviendo su vida en esa casa y dando gracias por la familia que han formado, y porque vayan todos de la mano de su Virgen. Ahora arrecia la lluvia, pero la gente no se mueve del sitio, y ella se tapa con la mesa de camilla. Al cabo de un rato, parece seguro que la Virgen no saldrá, pero su amiga de siempre ha ido a buscarla para verla donde lo hacían de adolescentes. Esto parece que la anima, coge el abrigo y un paraguas, y abre la puerta de casa. La lluvia cesa. El sol asoma entre las nubes imponiendo su autoridad. Al llegar al sitio, nota cómo se abre la iglesia y empiezan a salir los nazarenos. Ella mira a su amiga y le sonríe, vuelve la vista al balcón donde siempre estuvo su madre y nota el apretón en la mano...una voz parece decirle, en algún lugar..."Hija, Ella siempre sale"...



 Fuente fotografía: El Correo web

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