18...
Está cansado...
Sus piernas cada vez le exigen más y hace tiempo que le están avisando de que no debería andar tanto, pero él se niega a no pasear y no ver su barrio florecer en primavera. ¡Cómo ha cambiado el barrio!, piensa, sentado al sol en un banco de la plaza, observando el ajetreo diario, el movimiento de personas y coches, de sonidos de cafeterías, risas de niños jugando en el parque y los trinos de los pájaros, sempiterna banda sonora de sus calles, que se resisten, también, a no ser escuchados por el avance acústico de la ciudad.
Antes no había asfalto, y la tierra de la carretera se metía en casa, por el patio trasero, poniéndole una fina capa de polvo a las macetas de María, como si de un bizcocho espolvoreado con azúcar se tratara, que refunfuñaba cogiendo la goma para regarlos y devolverlos a su esplendor, sobre todo en primavera, época del año en que el patio brillaba con luz propia, ya que ella quería que sus flores estuviesen perfectas para saludar al Señor.
Eso es otra,...Él iba en unas andas, muy humildes, portadas por doce hombres que cobraban por hacerlo, cuatro flores mal dispuestas en las esquinas, mezcladas con ramas de hierba para llenar el espacio y, Él, presidiéndolas, muy cerca de su pueblo, que salía a la puerta de sus casas a saludarlo engalanando, al efecto, ventanas y fachadas. Las túnicas de los contados nazarenos se manchaban con la tierra de la calle, y María sacaba siempre café y magdalenas para que el que quisiera pudiera reponerse...eran otros tiempos.
Hoy la hermandad cuenta con una salud de hierro, con dos mil nazarenos en sus filas, y el Señor dejó las andas por un impresionante pasocristo de madera sobredorada. Las cuatro esquinas las llenan ahora cuatro candelabros que vibran cuando anda y el puente, que otrora era el límite de la estación de penitencia y marcaba el comienzo del regreso, hoy apenas es el principio, atravesándolo para ir a la ciudad, de la que no volverá hasta bien avanzada la madrugada.
Cuando compró la casa, era la última de la calle, y más allá no había más que vega, contando, él, con sus recién estrenados veintiocho y un sueldo de conductor de tranvía que unía los descosidos de la economía familiar, como los rieles unen los puntos de la ciudad, y en cuyo desvencijado vagón motor enamoró a María, a fuerza de saludarla cortésmente por las mañanas. Ella era una niña tímida que luego pasó a ser una mujer bellísima, y una maravillosa esposa, madre y abuela. La recuerda perfectamente. Alegre, dispuesta e incombustible, que llevaba la casa y la vida con una sonrisa y una oración, regando las macetas y abriendo el patio para todo el que quisiera entrar a hablar con ella, que guardaba en su mandil un caramelo para los niños del barrio, y a la que le gustaba ponerse guapa, como su patio, para recibir al Señor.
Hoy el barrio siguen siendo cuatro casas, aunque ahora éstas están rodeadas de edificios enormes que ocultan el sol. La vega es autovía de todas direcciones y ya no es posible jugar en la calle por culpa del sinfín de vehículos que ponen en peligro el juego de los más pequeños, pero sigue conservando su esencia, y sus costumbres. Él lo sabe bien.
La puerta del patio está abierta, sigue en flor, y sus hijos están esperando, sentados en torno a la mesa del café y las magdalenas, a que pase la hermandad con sus nietos vestidos de nazareno. Para él, parece que nada haya cambiado, todo está como fuera ayer, "la vida sigue igual" que cantara aquel "Quijote de un tiempo que no tiene edad" y, al ver que ya se perciben los ciriales doblando la esquina, se acuerda de su María...y le dice, "date prisa mujer, deja las macetas, que están perfectas, y sal a la puerta que ya viene el Señor"...
Fuente fotografía: Córdoba digital
Comentarios
Publicar un comentario