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Cuentan que Juan Martínez “el Montañés”, cuando le llegó la hora de rendir cuentas ante el Altísimo, hizo llamar al sacerdote para que le diera la extremaunción y poder morir a bien con Dios, temeroso quizá, de que Él le pidiera factura de aquella vez en la que se vio envuelto en esa escaramuza en la que resultó herido de muerte un hombre. Como pecador, se arrepentiría de sus pecados y se iría de este mundo libre de equipaje. Cuentan que, al llegar el sacerdote al camastro donde el escultor restaba minutos al reloj de la vida, se acercó éste con una cruz en la que había un Crucificado tosco y, pensando quizá el alcalaíno que esa imagen no movía a la devoción, le espetó al cura que le trajese una cruz vacía, que él le rezaría a Jesús como lo tenía en su idea que era, ni más ni menos y como mínimo, algo semejante al Cristo del Auxilio.

Cómo el insigne escultor, Lisipo Andaluz como alguien lo definiera, hay personas que tienen siempre en la mente formas de expresión con las que ver a la imagen de su devoción, y siempre encuentran la manera justa de plasmar lo que sienten, ya sea en madera, lienzo, papel escrito o pautado. Hay gente que reza con su oficio, o con su afición, y eso ayuda a que otros se acerquen a las imágenes, conmovidos o no por la belleza de lo que observan o escuchan, y sientan lo que el que lo hizo sintió al realizarlo, precisamente para eso.

Él es uno de ellos. Humildemente, siempre tiene en su cabeza palabras que luego se ordenan para hablarle a su Cristo y a su Virgen como nadie puede hacerlo, no porque lo hagan peor, ni mucho menos, sino porque su forma es suya y, por tanto, única. Él, al que desde chico le enseñaron el Ave María, y las primeras oraciones a la Virgen en el colegio de monjas dominicas, y luego en el seminario menor, descubrió muy pronto que era mariano, y que sentía por la Virgen algo tan especial e íntimo que necesitaba que saliera de sí mismo, para ser compartido con todo el que estaba a su alrededor, y que constituye la manera especial y diferente en que, él, le reza a María:

En esa margen del río
de ribera calasancia,
tiene nombre la elegancia
y apellido el señorío.

Flor, tan bella y delicada,
de un perfume no cualquiera,
 sahuman Granada entera
inciensos de su mirada.

Cuando va a verla en su remodelado altar, o cuando evoca las primeras miradas, los primeros contactos con Ella, cuando acude en su besamanos y cuando la ve sobre el palio, no le reza como puede rezarle otra persona, dirigiéndose a Ella con el saludo del ángel en la Anunciación, sino que él se pone frente a Ella y le habla, sencillamente. Las palabras fluyen entonces y no puede retenerlas todas, aunque siempre usa algunas como andamios sobre los que después edificará todo lo que le ha venido a la mente mientras miraba, desde sus ojos hasta la filigrana de sus manos, esa belleza frágil y a la vez imperturbable que tiene la Madre de Dios allende el Genil y, es así como, al llegar a casa, se pone rápidamente con el papel y el bolígrafo y desarrolla la oración, a modo de saludo:

Acaba todo y empieza
pidiendo tu bendición,
Madre de la Expiración
¡no cabe, en Ti, más belleza!

Todo a mirarte se asoma
desde tu eterno pretil,
por Ti jugó a ser Genil,
una noche, el río de Roma.

A lo largo de estos años que lleva junto a Ella, le ha escrito tantas cosas que no sabe si recopilarlas todas en un pequeño libro, aunque el verdadero libro esté en su corazón y en su alma, que no saben ya ni lo que sienten por Ella, aunque sí sabe lo que Ella siente por Él. Se ve impotente ante tantísimo amor como se lee en sus pupilas, ante esa música que siempre es para él la voz que le imagina, con su acento granaíno, cuando le habla en su intimidad, terreno impenetrable donde nadie llega, porque no sabe cómo va a poder saldar deudas, como Montañés, ante todos los beneficios, todas las bondades y todo lo que Ella le permite sentir cada vez que se acerca a su joyero. No sabe si Ella le reclamará algo al final del camino, seguro que sí, porque siempre se dejan cosas por hacer con los que le rodean, siempre se hacen algunas que no se deberían de haber hecho, o se dicen sinsentidos que provocan mucho daño, a veces irreparable, y por eso tiene miedo de plantarse ante Ella y no ser digno de estar a su lado al final de todo, pero confía. Él tiene fe en Ella, y sabe que una Madre siempre perdona a su hijo…

Farol que da luz de vida,
poema, primer sagrario,
Señora de los Escolapios,
la Gloria no merecida.

Eres la hermosa verdad
de aquél que sigue tus pasos,
cuando nos llegue el ocaso
sé Tú nuestra eternidad.

En esta vida que Ella le ha permitido vivir. Con esa gente que Ella le ha permitido conocer. Con su hija, a quien Ella lleva del brazo, su esposa, compañera infatigable en las desventuras de la vida, su familia y sus grandísimos amigos, él camina seguro, aunque a veces le flaqueen las fuerzas, como cuando la lleva, porque no siempre está el cuerpo para mantener los kilos arriba, y no siempre está la vida para aguantarle la pelea pero, al estar rodeado de gente de tanta valía, que le ayudan, que le dan fuerzas y le animan a seguir hacia adelante, él se siente en el compromiso de luchar por él, y por ellos. Como su cuadrilla, ese maravilloso grupo de gente en torno a Ella, el día en que la Virgen tiene a bien ir al encuentro de la ciudad, y lo que hace es llenar de amor sus corazones, ese día especial y único, en que, él, le volverá a rezar a su manera, hilvanando palabras en el papel blanco de su costal, para luego, al llegar a casa, volver a escribirle lo que ha sentido con Ella…

Tú, que al pisar nuestro suelo
nos cobijaste en tu manto
haz que cada Viernes Santo
tu palio…sea nuestro cielo.

 Fuente fotografía: Antonio Orantes

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