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Todo está listo en Santa teresa de Jesús...el nuevo día está presto a comenzar, en sus primerísimas horas, echando andar la cofradía cuando éste apenas es un neonato, abriéndose las puertas sin importar la hora que marquen los relojes, salvo para la toma de las mismas en la carrera oficial, porque éstos se ponen en hora, cada año, en el justo momento en el que el Reo, mirada baja, cabeza ladeada hacia la derecha, con la mansedumbre que sólo puede ser propia del Hijo de Dios acepta, sin oposición alguna a la autoridad incompetente, que un soldado romano le aprisione las manos y tire de Él, como si de un animal se tratase, sacándolo del palacio del procurador de Judea. El romano, en primer plano, levanta la mano dirigiéndose al público, desde la delantera del paso, con su cara desencajada, como temiendo una revuelta del devoto gentío, como presintiendo un motín para liberar al Señor que, no obstante, en actitud resignada, les insta a contenerse con su ejemplo. 

Flanqueando la diestra al Cordero de Dios, retirado un paso atrás sobre el costero derecho, otro romano, con cara de pocos amigos, sostiene una lanza y lo mira, como queriéndole decir con su desafiante mirada que no se le ocurra intentar nada, porque él está dispuesto a todo. 

El Señor, alzado sobre su magnífico paso, no intenta nada, no lo intentó nunca y no lo va a hacer ahora, cuando ya está todo presto a su final, porque para eso tiene a sus costaleros que lo llevan, dulcemente y sobre los pies, acercándolo al dintel tras el que espera la ciudad, turba cristiana que acude puntualmente a presenciar la escena. 

Lo escrito cobra fuerza, y sinsentido. El drama se va a completar, y así lo relata un lector, sosteniendo un legajo cruel, al pueblo expectante que, tras haber sido testigo del interrogatorio al que el Justo ha sido sometido, interpreta al dedillo su papel y grita, gesticulando, que le suelten al ladrón que les había robado a todos. 

De nada sirven los ruegos de esa mujer, arrodillada en actitud suplicante a la izquierda de su esposo, descansando su cuerpo sobre un lateral de la silla, implorando entre lágrimas su clemencia y exaltando la bonhomía y la inocencia de Jesús. De nada sirve que su cuadrilla retenga el paso, como queriendo no llegar al final, al seguro desenlace que todo cristiano sabe porque lo ha visto muchas veces, el bueno nunca gana en el cine, por lo menos no al principio. 

Avanza el paso, desarrollándose sobre el suelo del canasto la trascendental escena, comienzo de lo que dentro de nada será la Pasión de Nuestro Señor. Impasible, Pilatos condena al Señor, ajeno a su esposa y al pueblo, costaleros, capataces y nazarenos, que no quieren que ocurra lo que dijeron los profetas, pero Él nos enseña, no obstante y a pesar de lo que sabe debe de sufrir, que hay que aceptar las cosas como nos vienen porque así son los designios de su Padre.

Suena la Marcha Real, reservada a los reyes, y Él lo es, en verdad, de todos los que le creen y le siguen, estallando la muchedumbre en vítores y aplausos al que todo lo puede, porque ha sonado la hora en los relojes de la madrugada. La luna riela en el cielo claro de la noche y el Jueves Santo muere dando paso al nacimiento del Viernes en el que parece que todo se acaba, consumatum est, aunque en Santa Teresa de Jesús empiece todo. 

Las marchas se suceden, la cuadrilla mece al Señor y su fortaleza abruma a un Pilatos que no da crédito a lo que ven sus ojos. No entiende que el pueblo piropee al condenado, lo acoja y lo cuide, lo acompañe y lo lleve en volandas por las calles de la ciudad cuando hace un rato le estaban pidiendo que lo crucificara. Un paria, un delincuente sin más arma que su palabra y más delito que proclamar el Reino de su Padre, en el que ni él mismo había encontrado culpa, pero quería evitar un tumulto entre la gente que, aglomerada en su palacio quería a Barrabás...suena, incansable, la banda, marcando el paso firme de los costaleros y, la ciudad, como cada Madrugada, en esta Andalucía que todo lo entiende y lo mejora, disiente de aquella chusma y, exaltándolo, proclama anualmente que prefiere al Señor..

Él, con su costal, su devoción transmitida a sus hijos, y su cariño infinito a su hermandad lo sabe también, se han puesto en hora los relojes...es la hora de la Sentencia...


Fuente fotografía: archivo personal de José Carlos Martos


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