El Señor...
A la hora establecida, sale el
Señor a la calle. El sol ha acudido a la cita con la cara sur de la Iglesia, y
la encrucijada de calles es un no parar y un bullir de gente que consulta el
reloj, mira hacia arriba, mira hacia abajo, intentando ver a lo lejos el
banderín de la banda que, anualmente, hace simbiosis con la cuadrilla de
costaleros.
Al cabo de un tiempo,
perfectamente medido y previamente pactado, la banda hace acto de presencia por
una de las calles adyacentes al templo, y los sones llenan el aire corroborando
que es ese día, a esa hora, en ese lugar. Ya estarán los costaleros nerviosos
entre los muros de la iglesia, porque la llegada de la banda en ordinaria es el
paso inmediatamente anterior a que se abran las puertas y el capataz toque el
martillo para volver a ser lo que llevan soñando todo el año.
Un toque de llamador, revuelo de
faldones, zapatillas que chirrían al rozar el suelo, hombres haciéndose la cuna
y el paso que avanza hacia la puerta, por la que han salido ya los
nazarenos.
Todo espera al Señor. Paso único
caoba y plata, faroles de orfebrería, calvario de claveles rojos que han sido
puestos tras clavarlos con pinchos que llevan los nombres de los devotos, “un
clavel, una oración”, y cabría añadir, un barrio, una devoción, una historia…la
túnica morada, alarga su cola hasta la trasera del paso y ese otro morado, el del Divino
Rostro, se nos clava tan hondo que no acertamos a pedirle perdón, mientras lo
miramos. Su cara es única, lo saben las vecinas del barrio, que acuden a misa,
puntuales y respetuosas, como lo saben los que viven lejos de su iglesia pero
cerca en la devoción.
Todo espera al Señor. El Señor
espera a todos, redime a todos, cuida a todos, quiere a todos y perdona a
todos, pero no son todos los que se calzan el costal, antes al contrario, son
unos pocos los que tienen el privilegio de llevarlo por su ciudad, de la que es
Señor indiscutible.
La túnica persa nos habla de su
realeza, la morada nos habla de su cercanía, y cuando se bambolea, mecida por
el viento de la tarde, la estampa que forma con el paso es única como su cara. El
vaivén del cordón que ata sus manos, al son de la agrupación, nos dice que es
ese día, a esa hora, en esa ciudad…
El barrio,…la Magdalena.
El Señor…de Granada.
Nota del Autor: (1) La fotografía no guarda ninguna relación con el texto. Forma parte de una serie del autor que se va a utilizar para ilustrar estos textos.
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