El pregón que no escribiera...34
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i vida se mide en el latido del barrio
mi sangre es la savia de los viejos jazmines
que mi madre regara al salir de la casa
donde tantas vivencias quedaron guardadas,
y todo me sabe al mismísimo Fígares
por cuyas plazuelas, vestido de niño,
sin preocupaciones, alegre jugaba.
Historias de bares, pasteles y “chuches”,
infancia de almíbar, brasero y natillas,
las noches de Reyes, balcón con juguetes,
el viejo asadero; de harina, la fábrica;
la acequia, Dorián, ribera del río,
la antigua parroquia, humilde y pequeña,
fragua de un proyecto que hoy es realidad.
Amores vividos en sus callejuelas,
placeta de juegos, domingos, balón,
las madres gritando llamando a los niños,
las cruces de mayo, las tiendas de siempre,
la carne, el pescado, el bar de Juan Pedro,
y Manuel de Falla, llamando al amigo,
o a la niña aquella que me negó un beso.
Mi barrio me suena a marcha solemne,
a plumas al viento y uniforme azul,
me huele a las flores que ponía mi abuela,
me sabe a violetas, de Madrid, guardadas
en un viejo bote de puro cristal,
y a ella sentada en el viejón sillón,
su pájaro arriba, su gato en la mesa,
viendo su programa de televisión.
Quien manda en el barrio ordena el recuerdo,
tejiendo, con calma, los hilos del alma,
me busca, anualmente, andando de frente,
para que no olvide los tiempos aquellos
en los que, mi abuela, me llevaba a misa
y Él, en el suelo, me estaba esperando.
Vuelve, Despojado,
a recorrer el barrio,
en un paso en obras, de noble madera,
sólo en el canasto, con todo prestado,
que quiero volver al balcón de esa calle
flotando en la tropa de pantalón blanco,
tan joven, tan niño, con el alma completa
estrenado el cuerpo, cornetas sonando,
y verte, de nuevo, pasar…con mi abuela,
en ese balcón de Domingo de Ramos.
Fuente fotografía: La Locura Cofrade
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