El Pregón que no escribiera...36

 


A

parece, enseguida, precedida de rojos,
la mole en rocalla que domina la escena.
La calle recibe el nombre adecuado
a esta historia de Cristo y su Amantísima Madre.
Conservo, en los labios, el sabor de esa esquina,
el calor de fogones, ajetreo de los platos,
el poyete que sirve de velador impostado,
bocadillos ilustres de la vieja bodega,
andaluza y tan nuestra como el paso que llega.
Las cornetas anuncian que la bolsa está llena,
en la mesa, servida, se disponen las piezas
y la partida transcurre sin mayor novedad,
el que vence es el mismo que reparte su pan
y, el que pierde, es el mismo que persiste incansable.

Un izquierdo, hacia el frente, lo emboca en la calle.
El costero medido, lo mece y lo templa,
y revira el Señor, majestuoso y solemne,
sobre aquellas cervices que fueron y son,
mientras el incienso sube en nubes curiosas
que acarician el rostro del que es Redentor.

Se aleja el cenáculo midiendo resiliencias,
de aquellos que llevan, con mimo al Señor,
y los ojos se vuelven al río de mantillas
mujeres que escoltan a la novia del tiempo.

El Realejo es Realejo porque vuelve la Cena,
la Cena es la Cena porque está en el Realejo,
Granada es Granada y, acaso, yo mismo
me hago yo mismo cuando lo miro a la cara.

Mañana ya es tarde, el palio se marcha,
Fray Luis ya la espera, Victoria no llora,
la bulla la arropa en toda esa calle
que adecua su nombre a esta historia tan bella
de barrio, Granada, Domingos…y Cena.

Fuente Fotografía: La Locura Cofrade

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