El pregón que no escribiera...10

Me llegan al oído los ecos de los golpes

que afianzan las traviesas uniendo los raíles,
y ya urden las lágrimas veredas en la piel
al recordar al hombre que me enseñó los trenes.
Todo lo que sé, los ruidos de las ruedas,
el quejido estrambótico del metal al crujir,
locomotoras fantasmas entre nubes de humo
y el farol de la noche que me habla de Ti,
todo se convierte en una amalgama
de retales de piezas que habré de ordenar,
imágenes sepias, amigos que fueron,
maquetas de trenes de aquel Arrabal.
La infancia en la casa, mueble con vagones,
revistas de Märklin casi por doquier,
un cuadro que oculta la labor minuciosa
y tardes de sábado que quisieron huir.
Todo lo que alberga mi corazón veleta,
que ahora gira a un lado que habrá de voltear,
todo lo que evoca la vieja maqueta
de la calle Tablas y aquel raro bar,
todo se me suma en la esquiva mente
y me veo en el piso sobre el boulevard
esperando, un Viernes, roscos y café,
a que pase Cristo, ya sin respirar.

Que tu Buena Muerte no haya sido en vano
me digo a mí mismo al verte pasar,
que tu hermosa Madre, Amor y Trabajo
siempre tenga nombre para poder dar,
y que aquel Vicente, junto a aquella Carmen
que de adolescente me abrieron su hogar,
sepan que yo, al verte, muerte sobre muerte,
al son de los pasos que los hombres dan,
me acuerdo de ellos y de aquellas tardes,
cuando el capataz acude a llamar.
Y los farolillos, de rojo o de verde
que sirven de guía a tu caminar
forman dos hileras, que son dos raíles
de los viejos trenes que vi regresar
tarde de verano, andén y merienda,
en aquella antigua estación de trenes
cerquita del templo donde la memoria
ve salir a Cristo, ya sin respirar,
y asocia los trenes, de tantas vivencias
con los Ferroviarios yendo hacia Graná.

Fuente Fotografía: La Locura Cofrade

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