El pregón que no escribiera...16

 


Una vez, un tío mío, me decía,
que del cuerpo sólo uno se da cuenta,
cuando éste, por la edad, empieza a dolerle.
Y un poco, pienso yo, que pasa esto,
cuando la vida empieza a darte avisos
y los años se cumplen velozmente.

La juventud, con su osadía, apenas se para
a pensar en la edad, o en los achaques,
ni siquiera se permite relajarse
y el velocímetro lo lleva siempre al máximo.
Con el tiempo, sumado lentamente,
aunque siempre nos parece ser un rayo,
uno empieza a constatar otras cuestiones
que habían permanecido en el letargo
de una vida en plenitud y sin temores.
Uno empieza a constatar, que la salud
ya no va siendo la misma que antes era,
que tu cuerpo no empieza a responderte,
que la mente ha pasado a ser más lenta,
y te paras a pensar en tantas cosas,
cuando ves que son ancianos (¿ya?) tus padres
cuando ves que tus hermanos peinan canas,
cuando ves que tus hijos no son niños,
y que tú mismo llevas dentro, en la “cartera”
unas cuantas (¿tantas ya?) semanas santas.

Es entonces, cuando en una callejuela,
de esas que anteayer no frecuentabas
te la encuentras cara a cara y, en su palio,
ves a todas las personas que te esperan,
a todas las que contigo han compartido,
pasiones, malos ratos o quimeras,
aquellas con las mismas que has vivido
con las que has tenido, incluso, mil “peleas”,
y te acuerdas de tus hijos, de tu gente,
te descubres a ti mismo en su mirada,
en sus lágrimas comprendes quién es Ella,
te sorprende que aunque siempre estuvo ahí,
en poquitas ocasiones fuiste a verla,
y aun así, comprendes que eres hijo,
y aunque sólo sea por eso Ella te espera,
te consuela en tus tristes circunstancias
aunque tú seas la causa de sus pena,
tú acopias el valor para pedirle
cuando la ves venir entre candelas,
y Ella, generosa, el Jueves Santo,
a pesar de los pesares que generas,
se te queda mirando bajo el palio
coge toda su Salud, y te la entrega.

Fuente Fotografía: La Locura Cofrade

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