El Pregón que no escribiera...2


He recorrido Málaga en infinidad de ocasiones,
llenándome de espuma a cada paso que daba,
sintiendo el mar, muy cerca, en las paredes de sol
de las calles del centro, donde todo es marea.
La biznaga del tiempo ha perfumado mi mente
en aquellos momentos que me he parado a sentirlo,
Trinidad me ha llamado, en tardes de Cuaresma,
cuando paraba en san Pablo a rezarle al Cautivo.
Ese Cristo moreno de túnica blanca,
maniatado y humilde, de andar inequívoco,
ha reclamado mis veces, cuando no lo sabía,
y he sentido mi tierra deambulando en sus manos.
El Señor de ese Lunes, tan hondo y tan mío,
va tremolando por Málaga el pendón de su túnica
que proclama a los vientos, humedad y salitre,
que no hay más que mirarlo para saber que Él es Dios
y malagueño se hizo por amor de su Madre.

Esta Málaga oculta, de mis horas de asueto,
de mis tardes eternas entre paredes de óptica,
me brindó mil opciones para evitar el letargo
de los párpados fríos que se cerraban ausentes.
De todas aquellas que la ciudad me ofertaba,
El Cautivo no es sólo lo que acepté conocer,
que hay una hermosa Reina, Carretería arriba,
que si ya te cautiva cuando la ves en su casa,
seguro que el Miércoles lo consigue otra vez.
Ese día en que todo se para a mirarla,
la maniobra solemne que la pone en la plaza,
esa vuelta imposible de sus hombres de trono,
el fragor de la gente deshaciéndose en palmas,
en piropos, en gritos para tan bella flor,
y el corazón que se vuelca cuando miras su cara
y ya todo es Paloma mientras se mecen las barras,
y bajo los varales los hombres se aprietan
que son sus hombros soldados de esta hermosa batalla
de Málaga, Puente, Paloma y Cedrón.

Han pasado los años desde que viví en Málaga,
pero mantengo abierto el balcón de mi alma,
para asomarme, a mis ansias, cada vez que precise,
empaparme del eco que su mar me depara,
y escuchar las campanas de la vieja manquita.
El balcón da a la plaza de la Iglesia del Carmen,
que es perchel de Esperanza la noche del Jueves,
a san Juan el Domingo de Favores y Lágrimas,
y, al mirar a lo lejos, percibo los sones
de la banda que acerca a la Alameda al Cautivo,
y le recito, en silencio, el poema que escribo
cuando pienso en sus manos, por las que anda mi tierra.
Mi balcón se engalana, y deshoja mil flores,
para cuando pase, tan bella, la Madre de Dios,
y la lluvia de pétalos le cubre su palio,
y sueño con Ella cuando cierro los ojos,
la miro mecerse al compás de las olas,
la noche es la capa que protege su llanto,
y va la Paloma, el miércoles santo,
llamando a las puertas de mi corazón.
Cuando pasa Ella, cuando todo acaba,
aun siento, en un eco, la marcha que suena,
y con esos sones marcando mis pasos,
recojo la casa, los ojos se cierran,
me abandono al sueño que he estado evitando
y muevo los dedos contando en mi mente
los días que faltan hasta que el incienso
envuelva la sala en su dulzón aroma,
y lleguen sus hombres bajo la Paloma
la tarde en que vuelva a abrir mi balcón.

Fuente Fotografía: Cautivo


 

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