El pregón que no escribiera...3


Repican, a infancia, las campanas
cuando alza el vuelo la memoria matutina.
El cortejo se organiza en un segundo
y el revuelo en el templo se asemeja
al patio del colegio antes de clase;
esa clase de infantil, o parvulario,
ordenada en la fila dominica
antes de acceder a las lecciones que,
luego, se recuerdan de por vida.

El incienso me describe la Semana,
la jornada de domingo tan festivo
la blancura de la túnica es igual
que el traje que llevara otro domingo
en que recibiera, junto a Ti, por vez primera
la comunión que iniciaba mi camino.

Las cornetas de tu banda me emocionan,
no sé si por las notas hilvanadas
en la suave tela de las cosas ya vividas,
o porque se juntan al momento de sonar
recuerdos y nostalgias que se suman
a los niños asidos a tu paso, cantera
donde aprenden a llevar a Dios
por las calles de Granada.

Otra vez el Realejo sigue siendo el epicentro
del seísmo sentimental de mi existencia,
la parroquia sigue dándome pellizcos
en la parte del alma más oculta,
y tu cara, Dulce Nombre, lleva impresa
en la firma de la gubia de Torcuato,
la cara, también, de los que fuimos
niños llevándote en volandas.
Las caras, además, de nuestros hijos,
nietos y nietas de los que, a nosotros, nos llevaban,
cada mañana luminosa de Domingo,
al encuentro con la herencia de Granada.

Repican, Dulce Nombre, las campanas,
a la infancia que ahora llevo de la mano,
me sonríe preguntándome tus cosas,
vestida de domingo, tan festivo,
como está mi corazón en este instante.
Ella lleva su campana, va tocando,
diciéndole a los vientos abrileños,
que la vida que recién lleva estrenada
es la misma que sus padres ya vivieron,
es la misma que ha vivido su Granada,
y, con ella, repicando por su calles,
con la gloria de los niños sonriendo,
con la imagen de este barrio, en su recuerdo,
seguirá edificándose su vida,
campanita, Dulce Nombre, en el Realejo.

Fuente Fotografía: La Locura Cofrade


 

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