El pregón que no escribiera...5
Las niñas de uniforme pintaban de azul la extinta glorieta, donde otrora fuimos felices, desocupados, y solamente temerosos de que la que nos gustaba a nosotros quisiera vernos sólo como amigos. En esa glorieta, algunas mañanas de domingo, jugué en el tablero de ajedrez que presidía una parte de la plaza, y en no pocas ocasiones, bastantes en honor a la verdad, quedaba con la pandilla en “la esquina del holandés” para disponerme a aventurarme en la selva nocturna de la marcha de Pedro Antonio.
Antes, mi tía Pilar había vivido en esa glorieta, después iría a casa de
Manolo Moral a hacer trabajos del colegio, y luego a casi todas las actividades
del segundo colegio de mis hermanas, a la postre el definitivo.
En ese colegio, he recogido
muchísimos domingos de Resurrección al Cristo Resucitado y a la Virgen de la
Alegría, bien porque estaba al lado de mi casa, bien porque quisiera retener el
último momento de la Semana Santa que moría en Arabial. Las amigas, alumnas del
colegio, me saludaban desde las filas, y algunos compañeros de clase desde las
trabajaderas, en aquél paso que despertó mi curiosidad costalera saliendo
detrás del tinglao que se montaba
detrás de la valla del colegio.
Recuerdo, de esos días, al Señor
por encima de los pinos, viéndose sólo el torso y la mano adelantada, las
monjas asomadas a las ventanas viéndolo pasar, y la calle Obispo Hurtado, de
vuelta, con aquella pandilla de amigos que luego dejó de serlo para ya no ser
más que un recuerdo en la mente de unos tiempos pasados.
Ahora, asomado al balcón de la
nostalgia, comprendo que se ha ganado muchísimo con la jornada matinal del
Domingo, como entiendo la configuración de un solo paso de misterio que da más
vistosidad a la Estación de Penitencia, entiendo que el Sagrario le aporta al
recorrido un toque monumental que no tiene el nuevo barrio de Arabial, pero se
me ha perdido el sabor de aquellos recorridos primeros, se me han perdido las
monjas asomadas al balcón, y se me ha perdido el colegio de mis hermanas
esperando su día grande como, sobre todo, se me ha perdido la adolescencia, la
vida en casa de mis padres y aquel Domingo de Resurrección en que todo lo
cofrade terminaba, de noche, en la extinta glorieta en la que paradójicamente,
todo empezaba para mí. Por suerte, cada vez que el Señor Resucitado sale a las
calles de Granada, sigo viendo todo lo que os he contado como en una vieja
película de cine.
Fuente Fotografía: La Locura Cofrade
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