Y ahora te conozco...
Me has mirado sin mirarme, que es quizás la mirada más profunda, dirigiendo al cielo los ojos casi inertes, pero sin perderte ni un ápice de las azoteas que tan bien conoces. Esa mirada casi hace olvidar, casi hace recuperar, casi hace volver del todo, aunque al final sólo Tú sabes lo que puede ocurrir, qué haré cuando vuelva a sonar el llamador, dónde me pillará su sonido, dónde el eco de las voces. En tu mirada, el que te observa no acierta a ver el reflejo que emanan tus ojos, si éstos le perdonan, o simplemente aceptan, sin más, sus faltas, entregándose para redimirlas.
He crecido contigo, y no te conozco. ¡Qué rotundos son los entresijos de esta vida! que, aun discurriendo paralela a Ti, siempre pasaba de largo, casi ignorando tu majestuosidad, mientras corría al encuentro de tu Madre. ¡Qué paciente! y ¡Qué comprensivo!, esperando al momento justo para reclamarme ante Ti, y brindarme la oportunidad, el privilegio, de llevarte, como tantas veces la llevara a Ella.
Todavía levanto la vista, Señor, y te veo flotando entre la gente, con el sol de la tarde despuntando en tus potencias, prendido en el canasto, como una visión redentora que me invita a creer en Ti, ahora que te miro, y empiezo a comprenderte. Tú, Expiración, has juntado en tus trabajaderas dos ocasos; el de tu vida, Señor que mira al Cielo, y el de mi vida costalera, que va llegando lentamente, aunque Tú me has hecho tomar un poco de aliento, llevándote al son que permite que los clavos no te duelan, para ver, desde debajo de tu paso, otra perspectiva de la Carrera de la Virgen, más solemne si cabe, más sublime y más extraña, aunque igual de sentida y mucho menos dolorosa.
Tu último hálito, Señor del Puente, ha recorrido la ciudad sin más música que el racheo de tus costaleros, y las órdenes certeras, sin hipérboles en los gestos, ni en la voz. Sin más atrezo que el dispuesto por la ciudad para el drama que representas, sin más luz que la de las miradas asombradas de la gente a tu paso, y he creído en Ti, viéndote sin conocerte, conociéndote sin verte, mientras mis amigos mandaban el paso, desde dentro, con macarenas maneras, jaleaban desde fuera y le hacían constatar al incrédulo el poder que atesoran tus manos clavadas, tu alta mirada, como las expectativas de la tarde que, por ser tuya, nos colmó.
Te vi de otra manera diferente, te sentí de otra manera diferente, y me atrevería a decir que salí de tu paso siendo otro hombre diferente. Al verte entre los castaños de la Carrera, me pareció ver en mi mente a tu Madre bajo palio, la reconocí en algunas voces que me hablaron esa tarde, y la esperé en ese recóndito lugar del corazón al que acudo cuando me invaden los sentimientos encontrados, algoritmos de la risa y el llanto que se resuelven con un costal, pero eras Tú quien me hablaba, eras Tú quien me exigía, eras Tú quien perdonaba..
Puede que mañana todo siga igual, pero tengo clara una cosa. Esa noche, algo cambió en nuestra ciudad, como en nosotros mismos, porque desde ya, al cerrar los ojos, más de uno está situando al Cristo de la Expiración, para algunos el Hijo de la Virgen de la Cara Bonita, en el orbe cofrade andaluz, tras verte expirar desde la Catedral a tu casa, esa tarde que ya siempre quedará en nuestro recuerdo, con su andar elegante, pausado, granadino y escolapio.
He crecido contigo, Señor de la alta mirada, pero ahora te conozco...
Fuente Fotografía: la locura cofrade
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