Érase una historia de Esperanza...



Cómo han cambiado las cosas, cómo ha ido evolucionando todo, de tal manera, que la virtud teologal de tu Nombre sólo nos sirve ya a los que te tenemos en el nomenclátor del alma, guardada tu onomástica en un cofre cerrado bajo llave, protegido de las inclemencias actuales.

Por Diciembre, acudimos en masa a agradecerte las cosas que nos concediste, tachadas de la lista de necesidades (fíjate, Tú, que fuiste de las Tres Necesidades, ahora sigues atendiendo las de los granadinos cuando van a verte, aunque en lugar de tres, las has cambiado por la eterna Esperanza, y hemos salido ganando) que el Martes Santo depositamos ante tu paso, en Santa Ana, por la mañana, o las que, ya entrada la tarde, te enviamos llorando cuando te vemos pasar, precedida del Gran poder que, paciente y orgulloso, le cede el protagonismo a su Madre. 

Por Diciembre, sorteamos las calles, recitadas de carrerilla, que nos llevan a tu casa, mientras contemplamos las luces de Navidad que, ya encendidas, sirven como una guía luminosa que termina en la torre mudéjar de tu iglesia, que hace las veces de estrella para llevar a los pastores, en este caso nosotros, con nuestro zurrón repleto de cosas que decirte, y de implorarte. Mudéjar, que etimológicamente significa "aquel al que se ha permitido quedarse", y que no puede casar mejor con tu nombre, con tu cara, y con todo lo que tú representas, porque, al verte en besamanos, Madre Mía, todos nos sentimos mudéjares, porque a todos se nos permite quedarnos.   

Nosotros no paramos de pedirte cosas, ya dije alguna vez que Tú eres como el monte de piedad en el que crecen nuestros ahorros, y se fortalece nuestra fe. Ahora, desnuda mi alma ante tu infinita mirada, me visto con el permiso de los que son de Ella, para hablarte en presente como si fuera uno de ellos, o como si nunca hubiera dejado de serlo...

Ahora, mirándote, vuelvo a mis orígenes y comparo al niño que fui con el hombre que he llegado a ser, y comprendo que cuando realmente soy yo mismo, es precisamente cuando la trabajadera descansa sobre mi cuello cada estación de penitencia. En ese instante dejo de ser el hijo, el hermano, el marido, el padre, el amigo, (porque “el abuelo” nunca podré dejar de serlo), para ser, solamente, costalero, y traigo conmigo, en este instante, a los niños que han venido al mundo en el seno de las familias a las que quiero, a esos amigos que, incluso en la distancia, siempre tienen una palabra de ánimo y una oración para con los míos. Traigo conmigo a aquellos que dejaron de ser para vivir, por siempre, con nosotros, en nuestros corazones. Traigo conmigo al hermano que no llega a fin de mes, al que vive junto a una cama de hospital en donde convalece su propia historia, al que me llama y me pide que lo recuerde cuando llegue ante Ti, al que tuve que ver, alguna vez que se pierde en el tiempo, en tu relevo para darle una pulsera que había estado debajo de tu palio para que la llevara su hija, a mi familia, a mi gente, y también a la de los que siempre están dispuestos a pasar un rato de su vida conmigo. 

Traigo conmigo el que fuera tu costal, para explicar que es por eso por lo que se emocionan tus costaleros la primera vez que levantan el palio de la Esperanza, por eso lloran cada vez que la música marca sus pasos y las voces de "Juncal", o antes Santi, los meten en el papel de cada año, a la misma hora y casi en el mismo lugar. Esa emoción, ya a flor de piel y transformada en ríos de lágrimas, ha venido forjándose desde el momento en que su capataz les llama la atención sobre lo que han venido a hacer y les insta a recordar que ellos, perdón nosotros, porque estoy hablándote como uno de los tuyos, no somos unos cofrades cualquiera. Nosotros no tenemos la fe en Ti, nuestra sagrada titular, igual que la tienen los miembros de las demás hermandades, porque hay un gran número de hermanos de esas hermandades que, además de a su Virgen, te piden a Ti. Nosotros no. Nosotros somos la alcancía de la fe de una ciudad que, además del rezo diario a sus titulares, busca un hueco para rezarte cuando su vida está necesitada ¿de qué crees, Madre Mía?...de tu Esperanza. En esa hucha que guardas celosamente, se va acumulando todo el fervor del pueblo que acude a Ti en los momentos importantes. No en vano Tú eres, Esperanza, como diría Carlos Colón refiriéndose a tu homónima que vive en la Macarena: “la luz que permanece encendida cuando todas se apagan”…

Y, nosotros, somos los administradores que vamos guardando durante todo el año aquellas preces que Granada te entrega y que se devuelven, convenientemente y por igual, cuando se abren las puertas de Santa Ana cada Martes Santo, cada dieciocho de Diciembre, cada culto, cada misa y cada visita apresurada. Nosotros somos afortunados porque sabemos la hora exacta, el lugar íntimo, el momento privilegiado de esta Iglesia, pero Tú eres para toda la ciudad el remedio a sus males, la salud para la enfermedad de los suyos, el trabajo para el parado, y la razón a la locura de este mundo en el que la barbarie puede ya con la filantropía. Nosotros somos, desde el acólito infantil, a la camarera más antigua, portadores de una luz que sólo Tú tienes, Esperanza, y, por eso, debemos cuidar que esa luz siempre esté encendida para iluminar al que lo necesite.

Pero no sólo tenemos esa responsabilidad, importantísima, sino que, además, debemos hacer partícipes a todos los que quedan por detrás de nuestra generación de la grandeza que se esconde tras tu delicada carita, nosotros debemos mostrarles a nuestros hijos, nietos y nietas, algunas de las cuales ya llevan tu nombre, el sendero de la fe y de la Esperanza porque mientras hay vida, hay Esperanza, y mientras tengamos Esperanza, seremos fuertes. Nosotros lo sabemos bien: “Spes est fortitudo nostra”, lo llevamos grabado a fuego, la Esperanza es nuestra fuerza. Ahora sólo falta que sepamos transmitirlo a todos los que la necesitan, a todos los que no la conocen, a todos los que han creído perderla, a todos los que dudan, a todos los que temen, a todos los que desesperan, a todos los que la miran y no la sienten, a todos los que le rezan sólo el Martes Santo, a todos los que la ven en la misma calle, con sus hijos, en la que sus padres se la descubrieron, a todos los que la tienen lejos, pero la quieren cerca, a todos los que le dicen con un ¡guapa! Todo lo que su corazón lleva dentro, a todos los que le piden en un beso de Diciembre, a todos los que la guardan en las retinas para no olvidarla en los baches de la vida, a todos los que la retienen en un móvil, a todos los que se aprietan en su bulla, a todos los que la acompañan hasta el final, hasta el frío de Plaza Nueva, a todos los que no saben de Ella y a todos los que sí saben, pero no enseñan…No debemos olvidar el compromiso que tenemos para con Granada, aunque algunos no tengamos ya tu medalla en el pecho (sí en el corazón), ¡somos portadores de Esperanza!,   y, eso, es lo más bonito del mundo… 

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