Un viernes menos (XXIII)
Los niños volverán a recorrer, de la mano, o a hombros, de sus padres, el ensortijado entramado de calles para llegar a ese lugar exacto de la ciudad que, otra vez, habrá elegido vestido de fiesta para la ocasión y estará, si cabe, más guapa.
Es la noche en que, como digo, la magia, aunque también la ilusión, se derrocharán sin ton ni son, reflejadas y patentes en los ojos de los niños, al borde la emocionada lágrima, que van, incansables, de un lado a otro de este mundo de sensaciones que se forma, efímeramente, empero, una vez al año. Risas, miradas cómplices, apretones de manos, se suceden por doquier entre la gente porque hoy, lo que sea que pueda ser esto, está en todas partes.
Los abuelos se observan, contemplando cómo los nietos van pasando por las mismas etapas que sus hijos años atrás, y que ellos mismos, más atrás aún, siguiendo le estela del rey que nunca le trajo el juguete que pidió, porque en sus tiempos, o no se podía, o no se podía, quizá pidiéndole que este año se lo deje, o que no, pero que le permita volver a su casa de la infancia, con sus padres, aquella desaparecida noche similar a ésta.
Esta noche se acaba en la cama, como todas. Pero en ésta se sueña. Esta noche previa al día, radiante de sol y esperanza, emoción y felicidad, tradición y familia, en que todo se conecta para situarnos en donde somos completamente dichosos pero que, a la vez, ¿Cómo puedes ser? todo empieza a confundirse... porque decidme, ¿Qué día amanecerá mañana? ¿Es acaso ése en que los Magos nos dejan sus presentes, mientras nosotros nos hacemos niños, jugando en casa de nuestros padres? o, por el contrario, ¿Será esa otra en que encontremos, sin envolver, nuestro mejor regalo, el palio de María Santísima del Mayor Dolor, presto ya para servir de altar a la Virgen en su paseo por Granada y que es, como le escuché a alguien, alguna vez, "el salón de una casa la mañana de Reyes?
Sueñen. En el primer caso, será mañana, en el segundo...quedará un viernes menos.
Y felices Reyes
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