Un viernes menos (XXVI)
A las cinco de la tarde
hora lorquiana que arde
en el centro de la espada,
una muerte señalada
dictada por un cobarde.
Se escucha por los toriles
la voz de los alguaciles
que, al Señor, lo llevan preso
tras darle Judas su beso
bajo una lluvia de abriles.
Sales, llorando, a la plaza
y a nuestro valor emplazas
para darle muerte al toro
que ha de embestir, sin decoro,
al mejor de nuestra raza.
Del pañuelo haces muleta.
Tras evitar la falseta
ya toreas por naturales
abanicos celestiales
que ni Morante interpreta.
La faena no desluce,
contigo se afronta el cruce
de este oficio de torero
que es como ser costalero
pero con traje de luces.
Sobre tus fieros piratas
con tu tronío desbaratas
la enjundia de los Cubillo,
vas haciendo el paseíllo
y, al alimón, le desatas,
el piropo, al más callado.
Con el paso levantado
brillan más tus alamares
mientras todo son achares
de los que no te han soñado.
Coloca las banderillas,
al violín, tu fiel cuadrilla
y, de barrera a andanada,
se jactan de que, en Granada,
una Virgen, que es Chiquilla,
Coge con tino los trastos
y, sin reparar en gastos,
urde pases de memoria
para esta tarde de gloria
en donde nadie da abasto
a dar su ovación sonora.
Es la tarde, y es la hora,
la dicha le gana al llanto.
ha llegado el Viernes Santo,
¡hoy torea Nuestra Señora!.
Fuente fotografía: Rosa María López fotografía
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