Un Viernes menos (XXVII)
de tul cenizo y turbio que oculta luminarias.
En esta noche ajena, que viene sin buscarla
hoy me ciño la ropa de mejores momentos.
El pecho se me ha herido, un relente mal dado
como puya a destiempo, un puñal disfrazado,
que ha dado con mis huesos en aquella cuneta
donde pierden, sombríos, los caminos el rumbo,
y me asalta la duda con la causa de entonces,
y me atrevo a mirarte, de otra forma, otra tarde
pidiéndole a tu Hijo que me dé nuevas metas.
Hoy me planto, desnudo, a que Él me reinvente,
que me haga ajustes en mi viejo engranaje,
que me ponga la fecha en la agenda del alma
y me diga la hora para que ande mi tiempo.
Hoy espero tus ojos como ceniza en la frente,
como cuaresma presente que termina en tu palio,
hoy te escribo sacando los antiguos tinteros
que reviven la pluma que siempre te nombra.
Que tu nombre es mi vida lo saben los justos,
pecadores, empero, de bodegas oscuras.
Que tu nombre es la estrella al sur de mis mares,
la Rosa de Vientos de mis vuelos eternos,
lo intuyen apenas los que nunca existieron
a juicio banal de ciudades sin seso,
pero son importantes en la noche que iguala
cambiando, a tu lado, a niños por hombres.
Que el costal es el modo de aferrarme al que fui
solamente lo saben mi almohada y mis noches,
y mis noches son esas en las que Tú te paseas
y le enseñas al mundo el Dolor de tu nombre,
mientras hago la suma de mis años a cuestas
para dártela en prenda por última vez,
esta noche fría de lunas enjauladas
en que me ciño la ropa de mejores momentos.
fuente fotografía: Blog Hermandad
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