23...de flores en los balcones


 Justo enfrente de la casa de hermandad desde la que sale el que manda en el barrio, hay un bloque de pisos donde residen los que van a rezarle a su iglesia, un par de calles más abajo, durante los días que no están en la calle, es decir, prácticamente todo el año.

Los que viven en esos bloques, como otros muchos, lo tienen como un Vecino más, aunque no lleva conviviendo con ellos desde siempre, porque caló hondo la advocación en la feligresía, y porque su nombre incluyó las calles del viejo barrio en el nomenclátor cofrade.

De todas las casas que engalanan sus balcones, de todos los balcones que se llenan de familias, de todas las familias que le rezan al Señor, hay una que es la más privilegiada de todas, porque vive en ese justo piso, a esa justa altura, en la que, al salir el misterio a la calle, mor a la maniobra de salida que lo acerca casi hasta lo imposible al extremo opuesto de la calle, y por la altura que tiene el paso, Jesús entra casi en la casa por una de las ventanas.

En esa ventana, vive una anciana, ahora, porque cuando se mudó allí era una jovencísima mujer, recién casada, que se vino al barrio a iniciar su vida y le dio a la ciudad cuatro hijos que, en ese momento de la salida irán repartidos por el cortejo. Ella pasó su juventud en el barrio, y lo ha visto crecer, mejorar, perder comercios emblemáticos y vecinos de su generación y, desde el mismo momento en que llegó la cofradía, ha visto al Señor desde la ventana de su casa, poniendo siempre las mismas flores en el balcón, escoltadas por dos tulipas, no podría ser de otro modo, de las que lleva en el paso el Vecino de enfrente.

Cada flor lleva una historia, y ella las ha ido colocando con primor, y sigue haciéndolo, sin faltar uno, incluso cuando su esposo estaba muy malito y tuvo que quedarse con él en el hospital durante la Semana Santa, incluso cuando su hija se la llevó a Londres a ver su casa y conocer al que sería su futuro yerno, que es majo, pero no sabe de cofradías. Cada flor, cada año, se coloca en el balcón para recibirlo, mientras las cornetas traducen en el cielo los pentagramas de la gloria, y a ella se le llenan los ojos de lágrimas cuando mira frente a frente, cara a cara, al que todo lo puede para agradecerle estar ahí, cada año, poniéndole cada flor. Además, ella va todas las semanas y le pone flores a sus pies, y le cuenta las cosas que le están que le están pasando, porque las que le han pasado las sabe bien, y en más de una ocasión, las ha solucionado y perdonado.

A él le guara verla ahí, en su balcón, esperando al Señor y, mientras ella le pide, llorando, por las cosas rutinarias de la vida, él le pide a Jesús por ella, para que le de salud muchos años para seguir poniéndole flores hasta que se las lleve al Cielo, entregándoselas personalmente, Dios quiera que dentro de muchos años. Ese día no habrá flores en la casa del barrio, y él las añorará en su egoísmo terrenal, pero será porque arriba la reclaman para ponérselas al Señor, en la corte celestial, todos los días...

Fuente Fotografía: Cartagena.es 


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